Las imágenes tienen el poder de transformar las conductas de las personas, el poder de convencernos y de manipular la realidad. Xisco Monserrat logra, además, que el que vea sus instantáneas arda en deseos de probar los platos que capta, se muera por adquirir los productos que fotografía o quiera visitar los espacios que muestra con su equipo fotográfico. En un sector tan competitivo como este, Monserrat ha logrado hacerse un hueco y contar con una cartera de clientes que quita el hipo. «Mallorca es un lugar fantástico para trabajar como fotógrafo. Siempre hay movimiento, también mucha competencia», apunta este especialista en fotografía de publicidad y producto, gastronomía y lifestyle. ¿Cuál es el secreto de su éxito? Esperemos que quiera revelárnoslo en esta página.
Resulta curioso que nuestro protagonista tardara años en dedicarse a la fotografía, algo para lo que parecía predestinado y que había mamado desde la más tierna infancia. Su padre, Sebastià, era un conocido fotógrafo de Palma, que trabajó a destajo y no dejó la cámara hasta que se jubiló con 72 años. Fue su maestro y el que despertó su curiosidad por la profesión. No es para menos. Xisco creció en un piso encima del estudio de su padre, oliendo a revelador y fijador en el ambiente, de esa época en la que la gente inmortalizaba momentos y acudía en masa con su carrete a revelarlo. Benditos tiempos.
«Mi padre no quería que me dedicara al negocio, aunque siempre recuerdo tener una cámara a mano y hacer mis pinitos. Él me decía, ‘hijo, tú lo que tienes que hacer es meterte en un banco. Viven muy bien. Dedícate a eso'. La verdad es que no le hice mucho caso. Opté por dedicarme al deporte en cuerpo y alma. Pasé por varios equipos de fútbol en Mallorca y luego en la Península», rememora.
Un día, harto de una vida itinerante, sueldos bajos y algún que otro impago por parte de sus equipos, llamó a su padre, que le dijo ‘vuelve a casa y aprende la profesión conmigo'. «Ese día le di un vuelco a mi vida. Tenía 24 años», apunta. Aprendió del mundo de la fotografía por su padre, también es autodidacta y durante esos años se formó, además, en Madrid y Barcelona. Como dice este profesional, «el fotógrafo nace y se hace. Y la curiosidad ayuda mucho en este mundillo».
Trabajó codo con codo con su padre durante años, y juntos dieron un giro importante al estudio familiar, ubicado hasta que echaron el cierre por jubilación en la Porta de Sant Antoni. «Fuimos los primeros en Palma en cobrar por trabajo, no por fotografía. Teníamos un dietario que se llenaba al comenzar el año. Cuando mi padre me dijo que tocaba retirarse, decidí clausurar el estudio, dejar los festejos familiares y empezar a ganarme la vida trabajando para empresas».
Durante los últimos años, buscando nuevos retos profesionales, se ha especializado en fotografía de producto. Su trabajo está plagado de reuniones con clientes y su equipo, así como visitas hasta dar forma al proyecto final. «Es apasionante, pero un currazo. Cada encargo es diferente; cada cliente quiere una cosa. La iluminación, las texturas y las necesidades también son distintas. La verdad es que es un trabajo súper creativo».
¿Y el secreto de su éxito? «Ser camaleónico, jugar con el producto y el escenario y seguir disfrutando del trabajo».
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