Carme Hermoso es la última artesana de Balears que fabrica este ancestral instrumento de barro. | Pere Bergas

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Como en un remoto conjuro, del cruce de los elementos de la naturaleza, el agua, la tierra, el fuego y el aire, y la habilidad humana, surge la ocarina, uno de los instrumentos más antiguos de la historia, y que cuenta con un curioso episodio en la Isla. Carme Hermoso (1955, Palma) es la última artesana de ocarinas de Baleares y, desde hace 36 años, las fabrica en un pequeño y humilde taller en Algaida.

«No me canso de fabricar ocarinas; la transformación del barro en música es algo mágico. Estoy en contacto con mis pensamientos y emociones, les habló mientras las hago: ‘A ver cómo sonarás tú'. Es como la voz humana: pueden haberse fabricado con el mismo molde, pero cada una habla con sus matices particulares, ninguna suena igual. Yo no busqué la ocarina, sino que vino a mí», sostiene Hermoso, quien define la ocarina como un instrumento muy versátil, «puede hacer todas las voces de la coral», y afirma que, más que tocarla, hay que hacerla cantar, «posee un sonido mágico, diferente y dulce, que te llega al alma».

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La ocarina llegó a la Isla gracias a Cesare Vinicelli, un alumno de Giuseppe Donati –el músico italiano nacido en Budrio que, a principios del siglo XIX, configuró la forma y la digitación moderna del artilugio–, que en 1877 instaló su taller de ocarinas en la calle Jovellanos de Palma. Hubo fábricas de ocarinas en Manacor, Bunyola o Pollença, bandas musicales que daban conciertos en iglesias por su acústica, además de clases en el Conservatori impartidas por los músicos Attilio Brusuchetti y Luigi Cussini.

A partir de la Guerra Civil, el instrumento cayó en desuso. En 1977, el ceramista y escultor de Santa María Benet Mas, el maestro de Carme, extrajo moldes de la colección de ocarinas de la Porciúncula y empezó a fabricarlas. «Yo no sabía que Benet era ocarinero; lo visité en 1987 por su faceta de sanador, ya que pasaba por un mal momento. Me ofreció trabajar con él y así comenzó mi historia. Tomé el testigo de Benet y estoy segura de que ocurrirá lo mismo conmigo: cuando tenga que dejarlo, llegará la persona indicada».

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Fabricar una ocarina no es algo sencillo, y se requiere de una mezcla de talento musical y dominio del barro, además de bastante tiempo: Carme puede tardar tres horas en hacer una ocarina. Aunque, sin duda, uno de los aspectos más complejos es la afinación de la ocarina: «Cada vez que pierde humedad, la ocarina mengua y debe volver a afinarse. Rectifico los agujeros y vuelvo a afinar el instrumento hasta que está completamente seco. Si deseo que esté en do, la afino en si, media nota más baja, porque una vez cocida subirá», explica la artesana.

«Seguiré con la ocarina hasta que deje el planeta. Quiero compartir su magia con la humanidad, porque cada pieza contiene mucho amor, lo que más necesitamos», dice Hermoso que, entre el 4 y 12 de marzo, se encontrará en la Fira del Fang de Marratxí, y cuyo objetivo es ampliar y recopilar el repertorio para ocarina.

El apunte

Un viaje desde América a Europa

Las ocarinas son instrumentos ancestrales. Llevan fabricándose desde hace más de 4.500 años y forman parte de la tradición musical de las culturas amerindias precolombinas, desde Centroamérica hasta los Andes. A menudo eran zoomorfas, jugaban un papel importante en ceremonias y rituales y sus pobladores le atribuían propiedades mágicas y curativas. No obstante, en África, Asia, India o Europa existían instrumentos de viento similares, incluso más antiguos. Por ejemplo, en China se halla el Xun, un aerófono en forma de huevo.

Según recoge el Museo Peabody de Arqueología y Etnología, se cree que la ocarina llegó a Europa en 1527 a través de músicos aztecas enviados a la corte del emperador Carlos V. Durante siglos fue considerada un juguete, hasta que, inspirado por las ocarinas precolombinas, el joven panadero y músico italiano del siglo XIX Giuseppe Donati reinventó el instrumento, desarrolló la versión moderna y acuñó el término ocarina, en italiano ‘pequeño ganso’. A finales de los años 90, el instrumento volvió a ganar popularidad gracias al videojuego japonés The Legend of Zelda: Ocarina of Time.