Palma Pilar Pellicer DISCRETO Reportaje sobre la nostalgia de no enviar cartas.

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En Bartleby, el escribiente (1853), Herman Melville explotaba sus inquietudes filosóficas, al tiempo que escrutaba la fascinante dualidad que se encierra en todas las criaturas. Ya lo había hecho en Moby Dick (1851), su obra cumbre, todo un monumento a las letras universales. En ambas examina los destinos del hombre, con sus pasiones, sus dudas, sus manías y esa inconcebible miseria que, precisamente, pasaría a ser el gran tema de la literatura americana en años venideros. Bartleby, el escribiente imaginado por Melville se desempeñaba en la sección ‘Cartas muertas' de la oficina de correos de Washington, donde clasificaba la correspondencia destinada a quienes habían muerto o desaparecido. ‘Con mensajes de vida, esas cartas se apresuraban hacía la muerte', escribió el autor al final del relato.

Esas palabras, que aún resuenan en mi cabeza, me hicieron pensar en una costumbre en desuso –quizá extinguida–: la de escribir cartas. ¿Acaso queda algún alma anacrónica empeñada en desafiar al destino, alérgica a la comunicación por email, que se decante por la pluma y el papel? Alguien que vaya al estanco a comprar sobres y sellos... De existir sería una deliciosa anomalía, una exquisita rara avis miembro de una minoría de apasionados, aferrados al conservacionismo y romanticismo de lo escrito. Toñi Requena, una cartera que serpentea con su moto s'Arenal repartiendo correspondencia, nos saca de dudas: «La verdad es que han aumentado mucho las notificaciones y la paquetería pero aún hay gente que escribe cartas, aunque cada vez llegan menos», advierte nuestra protagonista, quien además se desempeña como cantautora. Tiene un disco publicado (Amor y desamor) –precisamente de eso van sus temas–, aunque también vampiriza la obra de gente como Rosario Flores, Bebe y Chambao. Ahora está de baja, ni guitarra ni cartas durante su baja por maternidad. De ahí que se muestre reticente a salir en la foto, «desde el parto no he recuperado la figura», afirma coqueta.   

Si lo piensan, la mayoría de cartas que nos llegan por correo, sean de publicidad o propaganda electoral, son cartas que nadie abrirá. Son cartas muertas. Como las del amargado Bartleby. Pero eso no quiere decir que la de Correos sea, ni mucho menos, una profesión en vías de extinción. «Puede que desaparezca la costumbre de escribir cartas, pero las notificaciones de Hacienda,    Seguridad Social y las multas siempre van a estar ahí». No hace falta que lo jure. En lo que va de año he recibido un par de multas. Pero esa es otra historia. A Toñi, como a otros compañeros de Correos, se les ilumina la cara cuando descubren una misiva con el remitente y destinatario escrito de puño y letra, «nos hace mucha ilusión», reconoce. Ella misma se confiesa fan «de lo físico», porque conlleva una nostalgia implícita. «No quiero que desaparezcan las cartas, como tampoco los cedés, casetes ni vinilos, solemos dejar nuestros sentimientos en aquello que podemos tocar, en lo tangible», agrega.

La civilización avanza a pasos de gigante, y más pronto que tarde el atril de las herramientas, usos y costumbres de moda será reemplazado por otras que generarán mayor consenso social. El correo electrónico y WhatsApp desbancaron al hábito de escribir cartas del mismo modo que las tablets borrarán de la faz de la Tierra a las viejas libretas que mi generación garabateaba en el colegio. Pero para gente como Toñi, lo clásico, analógico, físico y tangible siempre será más hermoso, porque «te lo puedes guardar como recuerdo».

Desde estas líneas les animo a coger papel y boli y marcarse unas líneas para alguien especial. Y recuerde que una buena carta siempre debe ir acompañada de posdata. La posdata evidencia la resistencia a dar por terminada la conversación, porque... ¿quién confiaría en un amante que se limitara a saludar desde el andén, sin correr tras el tren con el corazón en un puño? Es un gesto inútil, pero en ocasiones por resistencia a lo inútil puede perderse todo. Así que... Posdata: Hasta la próxima.