Mercè Rosselló de Piel de Mango da los últimos retoques a un ramo de flores frescas. | M. À. Cañellas
Decía T.S. Eliot que la primavera es la mejor y la peor época del año. La mejor porque nos recuerda los buenos tiempos; la peor porque nos susurra que no volverán. Otro gran arquitecto de la palabra, Pablo Neruda, la describió como una época «que llega imperceptible como un beso de niebla y nos deja su fragancia, temible y loca». En fin amigos, hoy entramos oficialmente en la primavera, la estación favorita de muchos por su condición de antesala del verano. A mí no me miren, detesto el verano, esa sensación permanente de vivir en el interior de un horno me enerva hasta extremos indescriptibles desde el decoro. Vale, ahora es cuando cuento hasta diez. ¿Quién dijo que la vida es perfecta? El verano ya llegará... pero de momento es primavera, tu cuerpo lo sabe y la naturaleza también. Y no se me ocurre mejor metáfora para describir esta época que el florecer de la vida, cuando los campos se transforman en una fiesta del color que brilla como un Jackson Pollock. Hablemos de flores, pues.
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