«El objetivo es pasarlo bien, y si el año que viene se puede repetir, crecer un poco más. La antigüedad les da un encanto especial, y además se pueden encontrar todas las piezas; la empresa BBT se dedica a su producción en exclusiva. Puedes hacer una furgoneta por fascículos», sostiene Carlos González, miembro de Dropwagen, un grupo de amigos amantes de los clásicos modificados y personalizados, que llevan casi una década rodando por Mallorca con sus familias, e impulsan este encuentro.
Más de 120 personas han pasado el fin de semana en el Aeròdrom de Binissalem, el espacio escogido para la segunda edición. En un ambiente muy familiar, con niños y perros jugando por el amplísimo terreno, los presentes compartieron su afición -para algunos una verdadera obsesión-, jugaron al bingo, disfrutaron de una barbacoa y de una animada silent disco, con la música de Boogie Bus, cuya cabina es una Volkswagen, y pasaron la noche en el aeródromo.
De esta manera, al encuentro se sumaron gran variedad de modelos. De la histórica generación T1, producidas entre 1950 y 1967, protagonista de la portada del disco de Bob Dylan The Freewheelin; de la generación T2, producidas entre 1967 y 1979, y que, como curiosidad, supuso el fin del doble parabrisas plano, al que relevó uno de una sola pieza y curvado, y de la T3, producida entre 1979 y 1990, que aportó grandes innovaciones, como el motor diésel, la tracción integral, el cambio automático o incluso el aire acondicionado.
«Compramos la furgoneta antes de la pandemia y, aunque durmamos como en una lata de sardinas, es la mejor decisión que pudimos tomar. Aporta una libertad única», explica Lara Sánchez, que pasa los fines de semana en familia, con su marido Juanma Cabeza y sus hijos Luis y Juanma, y la furgoneta como hotel rodante. «Es muy divertido: pasas tiempo con la familia, te sientes libre, disfrutas de la naturaleza y desconectas de las pantallas», sostienen los hermanos.
Entre los presentes también había algunos procedentes de la Península, de Madrid y Alicante. Es el caso de Alberto López, que trajo su T1 de 1958. «Me gusta modificarla, hacerla a mi medida. Es la primera vez que venimos: aquí tenemos algunos amigos que vienen a los encuentros en la Península, y ya nos tocaba. Hemos aprovechado para recorrer toda la Isla», explica el madrileño. «Queríamos un coche clásico y para pasar tiempo en familia. He tenido varios 4x4, y al final no les sacaba partido. Además, en casa somos muy de la marca; también tenemos un escarabajo», razona el mecánico Dani Cifre, que ha pasado un intenso mes restaurando su T3 para disfrutarla junto a su mujer, Victoria Muñoz, y su hija Laia.
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