Unidos por su fe y con el fin de «devolverle una mínima dignidad a los orígenes de nuestra ciudad, tan desdibujada», un grupo de fieles católicos, de la agrupación Balladors de la Riba, acompañarán en la procesión de este Miércoles Santo, al Sant Crist de Santa Creu. Lo harán con la indumentaria que vestían las clases populares acomodadas de Ciutat durante los actos religiosos de la Semana Santa a mediados del siglo XIX, antes de que se adoptasen las modas sevillanas a finales de la centuria.
«Conocer el lugar donde viven, la idiosincrasia que nos hace únicos y diferentes, es una asignatura pendiente de la gente que vive en la Isla y de los propios mallorquines», explica Miquel Matas, entusiasta investigador de la indumentaria tradicional y miembro de este grupo, «no pretendemos bajo ningún concepto hacerle sombra a nadie, ni transmitir una visión folclórica. Todo lo contrario. Consideramos importante la difusión de nuestra cultura, esta vez a través de la indumentaria, que habla de la historia y el carácter de una sociedad. Nos hemos quedado con el cliché de vestir de pagès, cuando el concepto es amplísimo, y variaba siempre por la situación socio-económica de cada individuo o el acto social que se celebrase».
Fer llum es como se conocía popularmente la función de los fieles; acompañaban la santa imagen con un cirio, iluminando el camino procesional. De hecho, «de aquí la cita Dur un ciri a la Sang; primero se refería a acompañar La Preciossísima Sang de Jesucrist por las calles de Ciutat, hasta derivar en la ofrenda de cera al Sant Crist», explica Matas.
Las mujeres vestían gipó y falda, ahuecada según la moda isabelina, y negra, color de la etiqueta y el decoro en los actos religiosos desde finales del siglo XVIII. Estaban tocadas por una manta de tern, formada por tres piezas: una central de seda bordada o de moiré, y otras de blonda o chantilly, plana en la cabeza y arrugada en la parte posterior. Mientras que esta era la mantilla del Jueves Santo, en conmemoración a la muerte de Jesús se portaba una de luto, lisa y sin dibujo, en el Viernes Santo. Como símbolo de feminidad, las mujeres sostenían el cirio con un mocador. En relación a las joyas, «no era una fiesta de gran alegría, así que la joyería era escasa. Las mujeres mayores con las que hemos podido hablar recuerdan que se llevaba ‘la creu bona de la familia'». Obviamente, no faltaba el rosario.
Por su lado, los hombres, payeses acomodados de l'horta de Ciutat y las clases populares pudientes vestían de fosc, con guardapits y calçons amb bufes. Cubiertos por una capa -pieza solemne en actos religiosos y entierros, fuese invierno o verano, y que los distinguía del hombre de clase baja, que vestía con capot-, portaban un capell en la mano, ya que no podían llevarlo durante la procesión y en el interior del templo, y «aunque el hombre mallorquín no llevase joyas», en el cuello lucían devocionarios, escapularios o defensius relacionados con los santos que veneraban, o bien con escenas del Calvario.
Para el rector de la Parròquia de Santa Creu, Nadal Bernat, esta es una iniciativa positiva, «en los últimos años, desde la Parroquia y la Confraria del Sant Crist de la Santa Creu, hemos intentado recuperar el origen de la procesión, conocida como la del Silencio; así, se recupera el tono solemne de la Semana Santa, un oasis dentro del ruido de la gran ciudad».
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