El mallorquín Jaume Covas salió de Palma el pasado 15 de mayo de 2023 y, al día siguiente desde Barcelona, se subió a su bicicleta y comenzó a pedalear con destino a Myanmar, antigua Birmania, un país que ya conocía por haber sido cooperante. Ayer, tras haber recorrido 14.500 kilómetros, llegó en su penúltima etapa a la ciudad tailandesa de Mae Sot –ciudad fronteriza– y ahora se encuentra a unos 600 kilómetros de su destino final. En Mae Sot están los refugiados del conflicto existente entre los grupos étnicos y el ejército que dio el golpe de Estado en Myanmar, conflicto en el que derrocaron al presidente elegido democráticamente.
Mientras Covas espera a dar el salto a Myanmar, trabajará en una escuela-orfanato o en alguna ONG como la americana Free Burma Rangers o la española Colabora con Birmania. «Seguramente será con esta última –nos dice vía móvil–. Primero porque es española y segundo porque abarca la educación en su programa, lo que me interesa mucho».
Cambio de planes
En realidad, su recorrido en bicicleta terminó en la ciudad de Agra, en la India, frente al Taj Mahal. «Ahí me replanteé qué podía hacer y cómo lo podía hacer, partiendo de la base de que, por una serie de circunstancias imprevistas, había perdido mucho tiempo por el camino, pues mi intención era haber llegado a mi destino en febrero. A ello, sumemos que mis ahorros habían menguado considerablemente. Así que decidí hacer el resto del camino entre trenes y aviones. Por ello, volé desde la ciudad hindú de Bangalore hasta Bangkok, y de ahí a Mae Sot en autobús».
El viaje, en cuanto a gastos, le habrá salido entre 7.000 y 8.000 euros. «Ante el Taj Mahal, me di cuenta de hasta dónde había llegado a la vez que empecé a escuchar a esa parte de mí que me pedía un descanso para empezar a planear la segunda parte de este proyecto: tener un impacto positivo sobre las personas refugiadas en Tailandia, cerca de la frontera con mi destino final».
A lo largo de esos 14.500 kilómetros que ha estado pedaleando, Jaume se ha encontrado con cosas bonitas como la ciudad de Isfahán, en Irán, o las montañas del Cáucaso, «y es que –dice– vale la pena viajar por tierra dejándote sorprender por tales maravillas de nuestro mundo».
Pero lo bello tiene su opuesto, y eso lo encontró, por ejemplo en Lahore, Pakistán: «La segunda ciudad más grande de este país. ¡Horrorosa! Sobre todo por lo contaminada que está, por la inexistente gestión de residuos, por la mala costumbre de hacer de vientre donde se pueda... Los carniceros cuelgan a merced de las moscas las partes de lo que se puede ver de una vaca con sus pellejos mal tirados en el suelo, como si fuera una alfombra vieja… Son lugares que solo experimentas cuando no te queda más remedio que pasar por ellos. Que por otra parte son también experiencias necesarias para comprender su realidad, y por los que volvería solo si fuera necesario para realizar lo que justo ahora termino: un viaje a Myanmar».
Nos recuerda también que algunos de los tramos no los hizo solo. «Pedaleé con unos alemanes que me encontré en Armenia y con los que fui hasta el sur de Irán, donde coincidí con unos ciclistas catalanes con los que recorrí durante días muchos kilómetros, dejándolos en Goa, la India». También le han llamado la atención las estaciones de trenes de la India, «en las que no solo hay viajeros, sino también gente sin techo ni recursos, que viven en ellas, rodeados de miseria…».
Tiempo para escribir
Llegados a este punto, le recomendamos la lectura Viajes con Heródoto, de Ryszard Kapuscinski, libro en el que se relata, entre otras cosas, cómo son las estaciones de ferrocarril hindúes. «Me encanta Kapuscinski, no solo por lo que cuenta, sino por cómo lo cuenta. Leí Un día más con vida, su experiencia en Angola en la recta final hacia su independencia como colonia portuguesa y disfruté. Ya quisiera, ya, escribir la historia que estoy viviendo como lo hubiera hecho él. Por eso tengo ganas de establecerme, dejar aparcada la bicicleta, colaborar con la ONG que me acoja, y el tiempo libre dedicarlo a escribir la experiencia que he vivido. Que da para mucho... Y cuando llegue el momento, daré el salto a Myanmar».
Hay que decir que este viaje en solitario, sobre la bicicleta en la que lleva la tienda de campaña plegada, Jaume lo ha hecho sin ayuda de nadie, sin ningún tipo de subvención. Cuenta que le propuso a un ayuntamiento que le echara una mano, pero fue en vano. Nada, ni un céntimo. Tan solo una campaña organizada por él mismo le está sirviendo de apoyo para gastos relacionados con reparaciones, visados y comidas. «Por ello, estoy muy agradecido a las personas que me han apoyado en este viaje, las ayudas recibidas de parte del restaurante La Oca de Port Adriano o las donaciones puntuales de amigos y conocidos que han hecho posible que esté yo ahora aquí. No sé como lo haré pero, además de con palabras, espero realizar actos que muestren mi gratitud».
Por último, señalar que su viaje no termina al bajarse de la bicicleta, sino que quedan todavía cosas por hacer, puesto que siempre tuvo claro que el objetivo principal de esta aventura no era el llegar, sino ayudar a quiénes lo necesiten. «Por lo que la bicicleta –apostilla– ha sido la forma de mostrar que este mundo es amigable y bondadoso, por lo cual es muy necesario saber cuidarnos unos a otros».
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