Todo le iba bien a Marisa hasta que le detectaron esclerosis múltiple. A partir de ahí, todo cambió y no para bien.

TW
1

Marisa Seguí Peláez es valenciana, pero mallorquina desde 2004, que fue cuando se vino a la Isla por amor. «Trabajaba en la Banca Telefónica cuando conocí a una mujer de la que me enamoré y como es mallorquina, me vine aquí, con ella. Una vez en Mallorca, trabajé para distintas empresas, entre otras, inmobiliarias y laboratorios de sistemas informáticos. Todo iba bien, incluso tuvimos una hija, para lo que me ofrecí yo, es decir, la gesté y la parí yo», confiesa.

Entonces sucedió algo que no se imaginaba: «Un mal día noté cosas extrañas en mi brazo derecho», recuerda Marisa, que está sentada en una butaca, en la entrada de la Llar Inge -que es donde vive desde hace dos semanas-. «Luego, esas rarezas me pasaron al izquierdo y como me preocupé fui a urgencias, donde me hicieron un escáner y un médico me dijo que tenía esclerosis múltiple. Reconozco que me rebelé ante tal diagnóstico, que por otra parte no me quedó más remedio que aceptar, lo cual no fue fácil, dado a que el proceso es lento y difícil de asimilar hasta que entiendes que no hay otra salida que la de aceptarlo y a partir de ahí hacerle frente.

Entonces ves que todo cambia, que no podía trabajar, que en vez de cobrar cada mes, ahora recibo una compensación de unos mil euros mensuales por la incapacidad que tengo y encima debo quedarme en casa dada las dificultades que tengo para andar, incluso apoyándome con el andador. Ya has visto que para venir desde el comedor que está a unos treinta metros hasta aquí he estado más de tres minutos. Y aparte de eso -añade a su relato-, también vas notando como, poco a poco, deja de sonar el teléfono de los amigos. O si hablas con ellos, te dicen: «Adiós, ya te diré cosas», lo que significa que te olvidan.

Y ella -se refiere a la que era su pareja-, al yo enfermar, como la cosa se complicó tanto, se fue de casa, lo cual hizo que tuviéramos que compartir a nuestra hija, cosa que hicimos hasta que quedé hospitalizada, por lo que desde entonces está con ella. La niña me visitó mientras estuve ingresada, pero desde hace un mes, que es el tiempo que estoy aquí, solo la ha traído una vez. Es más, me ha dicho que no le gusta que la niña venga a este lugar. Eso significa que si quiero verla, tendré que ir a su casa, cosa que no puedo, pues tengo que coger dos buses. O si no, ir andando, lo cual es imposible, pues apenas puedo dar un paso y cuando ando, lo hago lentamente, arrastrando los pies, haciendo paradas», explica.

Llar Inge

Le preguntamos, como homosexual que es, si ha contactado con el movimiento LGTBI de Palma para explicare su situación: «Sí, les he contado mi caso y me han dicho que toman nota y que esperemos a septiembre a que la abogada se incorporare al trabajo y que entonces hablaríamos. «Y como nos vamos a divorciar, he preguntado que si habiendo sido yo la gestante, tengo algún derecho y me han dicho que no, que todos somos iguales», argumenta.

Luego nos cuenta que la casa en la que vivían antes de la llegada de la esclerosis -un segundo piso sin ascensor-, la tuvieron que vender, repartiéndose lo que percibieron a partes iguales, «un dinero que salió enseguida por tener que pagar la hipoteca del piso. Es decir, que yo me quedé sin nada. Por eso, a raíz de la última vez que me ingresaron en el hospital, donde me estuvieron tratando los médicos y estuve asistiendo, además, a la rehabilitación que me asignaron. Pues llegó un día que me dieron de alta. Y dije, ¿cómo que el alta, si cada vez puedo andar menos?, contestándome ellos que estaba bien, que en septiembre hablara con la neuróloga y ella dirá si he de volver a ingresar. ¡Ah!, y como no tenía a dónde ir, me ofrecieron Ca l’Ardiaca o la Llar Inge, y les dije que Inge, y aquí estoy. Todo gracias a Tardor, gracias a Asun, responsable de los dos hogares que tiene dicha asociación. Es un lugar donde he sido muy bien recibida, donde tengo cama, comida y todo lo que necesito, salvo un lugar donde pueda hacer la rehabilitación. Por eso me doy paseos por el pasillo».

Y, sin embargo, sonríe

Naturalmente, Marisa sabe que toda su vida no la va a pasar ahí, por lo cual está buscando un piso de alquiler, «pero como los alquileres son muy altos y mi paga no alcanza, porque además del alquiler, para vivir, he de pagar la luz, el agua, hacer la compra, vestir... por ello, a través del Ibavi, he pedido un piso de protección oficial en la Part Forana, ya que ahí los alquileres son más bajos. Y como también sé que los habitantes de los pueblos que tienen esos pisos, tienen preferencia sobre los foráneos, he pedido que tengan en cuenta mi problema. Pues vamos a ver qué pasa. Porque aquí, repito, mejor de lo que estoy no voy a estar en ningún sitio. Bueno, estoy sin mi hija. Por eso he de buscar otro lugar».

Durante la conversación no hemos notando alteración alguna en Marisa, ni siquiera reproches a algo o a alguien. Su voz ha mantenido en todo momento el mismo tono y en muchas ocasiones ha sonreído. «¿Y qué puedo hacer? Porque dada mi situación, prefiero más sonreír», asegura. Marisa es una lección de vida. Se enamora, llega una niña y con ella la felicidad total, pero, de repente, llega también la enfermedad y como sucede muchas veces, cuando la enfermedad entra por la puerta, la felicidad huye por la ventana y eso le ha ocurrido a ella, puesto que se queda sola, enferma, con una pequeña paga por invalidez que no le da para alquilar un piso.

Por eso sigue en la Llar Inge, un lugar que no es institucional, sino de Tardor, una asociación que mira por el bien de los que apenas tienen nada. Los albergues oficiales o están a tope o ningún sin techo quiere ir a ellos. Es una situación que nadie -«a quien corresponda»- resuelve. Luego está el verano y con él, las vacaciones y con estas, lo que da lugar al «tomamos nota» y al «vuelva usted en septiembre», todo se paraliza o se retrasa. Y, sin embargo, ella sonríe.