Yolanda Munar y Fernando Bosch, con su hija Carlota | Yolannda Munar.

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De la localidad de Chantada (Lugo) a la mismísima Plaza del Obradoiro de Santiago de Compostela, destino de millones de peregrinos venidos de todo el mundo. Un total de 188 kilómetros en siete días a una media de 20 kilómetros al día durmiendo en albergues. Más de uno podría decir que ‘eso no es nada’ o ‘no es hacer el Camino’, pero si lo haces junto a tu hija, en una silla de montaña adaptada, que llegó a pincharse hasta en tres ocasiones, así como otras personas con discapacidad como acompañantes, es una auténtica proeza.

Llegar a Santiago de Compostela, entre el 8 y el 12 de julio, es lo que ha conseguido el matrimonio mallorquín formado Yolanda Munar y Fernando Bosch acompañados por su hija de 15 años, Carlota, que nació con una traslocación cromosómica, sufre un retraso psicomotor, lleva audífonos y es propensa a tener infecciones y a atragantarse. Quién le iba a decir a esta pareja cuando los médicos le comunicaron el diagnóstico de su hija recién nacida, que llegarían a ser peregrinos: «Han sido años de tesón, de esfuerzo, de trabajar para que tu hija tenga los mejores cuidados y, por supuesto, a la labor de unos voluntarios maravillosos que han hecho lo que estaba en su mano para que llegáramos a nuestra meta», recuerda Yolanda Munar.

Imagen de los participantes en el recorrido.

Buen camino

«Hacer el Camino era un proyecto que llevábamos barajando desde hacía mucho tiempo, pero nos echaba para atrás, por ejemplo, que nuestra hija utiliza siete pañales al día. Haga cuentas del tamaño de la mochila que teníamos que llevar solo con lo necesario para ella. Pero este año decidimos liarnos la manta a la cabeza y hacerlo», explica Munar, que ha llevado a cabo esta pequeña aventura con otras dos mamás de la Isla con hijos con discapacidad, una joven ibicenca en silla ruedas, así como otra familia procedente de Almería y varios voluntarios.

Todo organizado por la ONG DisCamino, que desde 2009 trabaja para ayudar a personas con diversidad funcional o de otro tipo a hacer realidad su sueño de recorrer el Camino de Santiago.
«Éramos un convoy de lo más variopinto. Recorríamos unos 20 kilómetros al día por caminos de piedra y tierra, y cada cierto tiempo nos encontrábamos con las dos furgonetas de DisCamino que portaban nuestro equipaje. A Carlota le costaba estar tanto tiempo en la silla, pero andar a su velocidad era imposible, así que la distraíamos cogiendo ramas, cantando o tocando las palmas, que le vuelve loca. Lo mejor para ella eran las noches en el albergue, la fiesta, la gente... se lo pasaba pipa».

Yolanda, Fernando y Carlota, en la Plaza del Obradoiro.

Pero lo que nunca olvidará este matrimonio es la llegada a Santiago. «La catedral, que parece que no llegas nunca, la gente abriéndonos paso y aplaudiendo al grupo. No suelo llorar, pero confieso que lloré como una niña viendo lo que habíamos conseguido, pero sobre todo por la cara de mi hija, porque muy adentro, estoy segura, sabe que es un pequeño gran paso para todos».