Ah, la crisis de los cuarenta… se han vertido ríos de tinta disertando sobre una patología que nos muestra el reverso de la vida. La acidez por las noches, la tripita cervecera y esa coronilla que comienza a clarear. Oh, y el show de leer el móvil a metro y medio de distancia. Todo ese paisaje de padecimientos que nos parecía tan lejano acaba llegando, vaya sí no. Precisamente del vértigo que produce atravesar esa frontera simbólica hacia la madurez definitiva -si tal cosa existe- es de lo que habla Raúl Antón. Lo hace a medio camino entre la risa y la angustia, tirando de un humor más blanco que los dientes de David Beckham, un humor-daga que se clava en el neocórtex del público invitándole a descojonarse -con perdón- con un monólogo que ha titulado Cuarantón, en honor a los que nos estamos convirtiendo en auténticos expertos en olvidar nombres y encontrar canas por doquier. Lo exhibirá en la sala Rívoli este viernes, a partir de las 22.00, dentro del FesJajá.
Acláreme una duda: ¿Por qué ‘Cuarantón’?
–Por mi apellido, Antón.
La crisis de los cuarenta daría para varios espectáculos…
–Totalmente. Si la fase de la adolescencia nos define como personas, a los cuarenta es cuando te relajas, sabes que empieza la recta final (risas).
Y usted ¿cómo lleva la crisis de los cuarenta?
–Bien, esta crisis te cambia la vida, te hace sentir que estas ante la última oportunidad, pero por suerte ya la he pasado. Me compré un coche nuevo y viví algún cambio en el amor.
¿Cuándo descubrió que era demasiado viejo para ser joven y demasiado joven para ser viejo?
–Fue el día en el que al levantarme del sofá me entraron mareos (risas). La verdad es que sigo haciendo vida de ‘joven’, sin llegar al nivel de un adolescente, pero salgo con mis amigos y disfruto viajando, es lo que tiene no tener hijos.
Coincido en su diagnóstico de que la crisis de los cuarenta ‘es como subir una montaña rusa de emociones’, pero disiento en cuanto a que ‘es divertida’…
–Bueno, creo que es divertida porque realmente es la última vez en la que te permites salir de tu zona de confort, cuando vuelves a hacer deporte, que a mí me vino muy bien. A los cuarenta es cuando a los tíos nos da por comprar teles, pisos y coches grandes.
Sigo con afirmaciones que hace en su show, como ‘los cuarenta son la mejor época de la vida’, o ‘lo bueno acaba de comenzar’… disculpe, pero ¿acaso pasó su juventud en coma?
–(Risas) Lo digo porque a los cuarenta la mayoría de personas se encuentran en una posición económica mejor, mientras que a los veinte o treinta vas más justillo. Ahora te puedes permitir ir a Punta Cana y hacer otros viajes chulos.
A la hora de escribir un monólogo, ¿por qué es mejor musa el dolor que la felicidad?
–Supongo que porque se puede sacar felicidad del dolor, pero en mi caso la felicidad es mi musa, yo no podría escribir nada sin estar tranquilo en ese sentido.
Dígame un tópico que sea real y uno falso sobre la crisis de los cuarenta…
–Un tópico real sería que que te cuesta más volver a la normalidad después de una noche de fiesta. Y uno falso que a partir de los cuarenta somos mayores. Y no es verdad, tu ves fotos antiguas de gente con treinta años y flipas, ahora nos cuidamos más y hay gente que con sesenta aún se ve joven.
¿Qué es innegociable en su humor?
–El humor blanco, no me gusta meterme con nada ni con nadie.
Aunque respete la corrección política que preside nuestros días, ¿no cree que esta sociedad tiene que aprender a impermeabilizarse y no hacerse tanto la ofendidita?
–Sí, totalmente. En el humor hay dos límites: el que marca la ley, y el que uno mismo debe autoimponerse. Y luego están las redes sociales, que dan voz absolutamente a todos. Creo que en ese sentido esta sociedad tiene que madurar.
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