José Ramón Márquez Martínez, 'Ramoncín'. | Pilar Pellicer

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Cinco pendientes en una oreja, una chupa de cuero y el pelo cano. A José Ramón Márquez Martínez (Madrid, 1955) le faltan dos cuernos y el rabo para parecer el demonio frente a la iglesia del Port d’Andratx, donde se lleva a cabo una entrevista en la que habla de todo y contra (casi) todos. Ramoncín bromea con el hecho de sacar las fotos en una parroquia, parece que no le hace mucha gracia posar en un lugar santo pero los años ralentizan un poco las balas. Ahora lo leerán.

Ramoncín en Mallorca.
Siempre me hago la misma pregunta. ¿Y yo por qué no vivo aquí? Luego te lo planteas y piensas ‘porque vives en una fábrica’. Al final Madrid es una gran ciudad, como la fábrica donde se producen las cosas y tú eres un producto de la cadena de montaje. Si tengo tele la haces allí, la compañía de discos esta allí, la editorial allí. Para eso es un cuartel general estupendo. Pero como persona dices ‘esta paz… (suspira)'.

¿José Ramón Márquez Martínez y Ramoncín son la misma persona?
Sí. Yo nunca he creído en eso. A mi me llamaba mucho la atención la gente que decía que era uno en el escenario y cuando se bajaba era otro. Yo esto ni lo concibo ni lo he concebido nunca y creo que tiene que ver más con la cultura del rock que con otras culturas. Lo que ha hecho el rock desde los años 50 ha sido trasladar lo que tu eres (tu vida, tu pensamiento, tus amistades, tus experiencias…) al escenario. No noto la diferencia. Cuando estoy en el escenario no noto que yo sea otro. Creo que ni cuando era joven. Veo las entrevistas y ya decía algo parecido: lo que quiero hacer es ser yo y contar mi vida. Ahí está la diferencia entre quien es autor y quien es intérprete.

¿Se puede ser el mismo artista con veinte años que con sesenta?
No. Eres el mismo pero eso no tiene nada que ver. Cuando empiezas tienes tanta necesidad de decir cosas que te conviertes en esclavo de lo que has dicho y allí la gente te encasilla. Hay gente que me ha dicho ‘tú me gustabas más antes’. Yo les contesto: ‘no, tú te gustabas más antes. Porque tenías 25 años, hacías lo que te daba la gana, conociste a tu novio...’. El que va al supermercado debe ser el mismo del escenario. Lo tengo clarísimo. Jamás he querido separar una cosa de otra porque sería un gravísimo error. Ahora soy Ramón y ahora soy RAMONCÍN (vocaliza). Me parece lo peor a nivel intelectual. Si tu como persona no eres el artista ¿qué eres? Eso se te cura cuando paseas por la calle de verdad.

¿Qué ha aprendido de la calle?
Subirte a un escenario y cantar cosas que 45 años más tarde significan lo mismo es la hostia. El primer disco lo compuse entre 1976 y 1977. Era un chaval. El loco de la calle larga hablaba de los problemas mentales. Fíjate como estamos hoy, ¿no? Hay una canción que es Noche de cinco horas que va del asesinato de una mujer en un hotel. Es la hostia. Otra es Paga tu hombre que trata el machismo. Hay una canción que a la gente le suena mucho: El rey del pollo frito. Donald Trump es el rey del pollo frito. Se la podría haber cantado a este tío. La narré en primera persona y me cayó el mote a mí, pero Donald Trump es la imagen de ese individuo. También llama la atención Marica de terciopelo, escrita por un hetero que está diciendo ‘vale, ¿y qué? Soy gay, ¿hay algún problema?’

Lo que relata podría formar parte del título de ‘Las heridas de nuestra sociedad’, la charla en la que participa hoy...
Exacto. Son males que nos acechan hoy en día. Yo creía que íbamos a cambiar. Lo digo firmemente. En esa época nos lo creíamos y nos la jugábamos. La inmediatez es uno de los mayores males. Todavía hay gente comprometida que lucha pero incluso ellos son víctimas de esa necesidad de ser inmediatos y esa cosa de contar todo lo que haces y contarlo rápido. Si buscas la validación en un circuito cerrado, tienes una adicción tan chunga como la heroína. Dejar el móvil sería la hostia.

Ayer viendo su documental ‘Ramoncín. Una vida en el filo’, en un fotograma donde aparece de joven pensé ‘es C. Tangana’. Físicamente, en pose y en actitud...
(Ríe). Me lo dice todo el mundo pero sería él que es Ramoncín. No lo conozco en persona pero me parece un tío muy interesante. Hay cosas que no me gustan pero es un tío valiente. La gira de El Madrileño fue espectacular; la idea de montar un ‘tablao’ es fantástica. Es alguien que decide poner al servicio del arte su propio dinero. Ha hecho una cosa maravillosa que es poner la boca en el mismo sitio que la cartera. Yo odio a los hipócritas que dicen una cosa y hacen otra. Tangana está de puta madre.

¿Se arrepiente de abanderar en su día la lucha por los derechos de autor?
Sí, totalmente. Queda muy rockero decir que no me arrepiento de nada. Me arrepiento pero vamos… una barbaridad. Una de las dos cosas que cambiaría de mi vida fue el día que me llamó Teddy Bautista para pedirme que defendiera esta causa y dije ‘venga, vale’. En qué puta hora...

¿Qué le mueve para seguir dando conciertos?
Que no creo que haya un mejor sitio para morirse que encima de un escenario. Mi gira de despedida será en un coche que me lleve desde donde la palme hasta donde me cremen. Las giras de despedida son marketing. Si te fijas todo el mundo está celebrando algo. Pero es que todos cumplimos años. ¿Qué buscas el número redondo? Cinco, diez, quince, veinte… Yo dentro de nada puedo celebrar los 50 años. Antes de arrastrarte por los escenarios coges, te vas discretamente y ya está.

Mesa redonda. Ramoncín participó este viernes junto al sacerdote Joan Bordoy y la coordinadora de Acción Social de Cáritas Mallorca, Eva Pons, en el debate ‘Las heridas de nuestra sociedad’. El acto fue moderado por Carlos Fuentes, rector de la iglesia de es Capdellà, lugar en el que se celebró el acto. Foto: MICHELS

¿Ramoncín es un héroe o un antiéroe?
No, antihéroe no. Algunas veces he sido heroico más que un héroe.

¿Usted, qué ha venido a hacer al mundo?
Nada. La vida es una trampa mortal. La vida es una broma. La muerte es un problema de los vivos. Y ya está.