Por el contrario, uno de los molinos pone de manifiesto la dejadez que hay por parte de quién permite que su estado sea cada vez más decrépito. | Click

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La otra mañana nos dimos una vuelta por El Jonquet, donde nos llamó la atención ver lo limpio que estaba, sobre todo la plaza del Vapor y calles adyacentes. Y es que plazoletas y calles así, da gusto verlas, señal de que quiénes viven en ellas es gente de orden.

Y no solo nos atrae esa limpieza, sino también cómo han decorado una de las fachadas de dicha plaza, y lo ha hecho de la mano de Mariluz Miranda Oliver con una escena de siempre del lugar, o más concretamente, de la de una familia del barrio, con los niños jugando en torno a la fuente, la abuela con la nieta y la madre y el padre, este seguramente pescador, a su regreso a casa tras una larga y dura jornada de trabajo en el mar. Incluso la ropa tendida es bella. Sí, porque eran otros tiempos. Por ello muy acertada la obra de Mariluz al reflejar una época inolvidable.

Tras quedarnos un rato en la plaza, giramos a la altura de la discoteca, a la izquierda, y llegamos a otra zona que poco o nada tiene que ver con la que acabamos de dejar... Sobre todo cuando levantas la vista y miras a tu derecha, y te encuentras con algo que no entiendes por qué está así. No nos referimos a las pintadas que hay en la pared que está por debajo de él , sino al molino de viento del que queda poco, puesto que las aspas estás rotas y, dado su estado, a punto de caerse en la primera ventolera que haya.

El mural de Mariluz Miranda refleja el espíritu de familia que siempre ha predominado en el barrio del Jonquet.

En época del alcalde socialista José Hila ya llamamos la atención sobre el mismo. ¡Vergonzoso!, que algo tan nuestro estuviera en un estado tan decrépito de como estaba. No nos hicieron el menor caso. Pero es que ahora sucede los mismo. Ha cambiado el gobierno municipal y está peor, pues el paso del tiempo hace que lo que está mal empeore. ¡Ah!, que el molino tiene un propietario... –nos dijo alguien–. Pues que el Ajuntament, como velador del mobiliario urbano de la ciudad, le obligue a restaurarlo. Todo menos mantenerlo como está, que hasta las palomas que lo habitan alucinan. Vamos, que no hay derecho que algo que simboliza lo nostro esté como está.

Tanto en tan poco

A lo largo de 200 pasos dados el pasado viernes por la mañana por la calle Industria, de Palma, una de las más concurridas a lo largo del día –tanto por vehículos como por transeúntes, vecinos y gente de paso–, nos hemos encontrado con multitud de irregularidades, sobre todo por allá dónde hemos pisado y a la altura de la vista.

Parece mentira que un Ajuntament que –dice– vela por la seguridad de sus ciudadanos, sobre todo los motorizados, metiéndoles dos radares para que controlen la velocidad y, de paso, multar a quiénes la sobrepasen, o que dice –y muestra a través de opis que nos hemos encontrado en distintas calles de Palma– que en cuanto a limpieza tiene un plan de choque, permita que en doscientos escasos pasos de una calle haya, por una parte, numerosas pintadas –las de la fachada de lo que fue un banco, ahora cerrado, son de lo más llamativas, tanto por su extensión como por sus colores–, destrozos en el asfalto, nos referimos a grietas en él o falta de él, alcorques a punto de destrozar la acera a causa del crecimiento de las raíces del árbol que hay en él y, sobre todo, suciedad en las aceras, en las que, a las diez de la mañana –hora en que estuvimos por allí–, vimos papeles, envoltorios, meadas y cagarrufas, negras y secas, de perros… Todo porque –según nos informa un vecino– las máquinas limpiadoras de Emaya circulan por la calzada, no por las aceras –y si lo hacen, es pocas veces–, de aquí que en estas se acumule la suciedad, lo cual pudimos constatar cuándo estuvimos allí. Pues eso, que a veces, pensando más en macroproyectos se olvidan de las pequeñas cosas. Como sucede allí.