Esposado de pies y manos, nos habló de que le juzgarían de nuevo, y que confiaba quedar en libertad tras demostrar su inocencia. | Joan Torres

TW
2

El viernes pasado me llamó Manuel Jaén Palacios, exdiputado (Parlament de les Illes) y exsenador (Senado de España) de finales de siglo pasado. Lo hizo desde Menorca, donde vive felizmente con su familia, apartado de la política. Y me llamó para contarme que a nuestro común amigo, Joaquín José Martínez –exinquilino del corredor de la muerte del penal de Starke (Florida, USA), y posteriormente, en lo que se revisaba su causa, preso en el de Tampa (Florida, USA), causa que se resolvió a su favor con el veredicto de no culpable–, un canal de televisión no español le iba a hacer un documental, «y quieren hablar contigo, seguramente para preguntarte algo».

¿Les cuento por qué quieren hablar conmigo los de dicho canal? Supongo que por lo siguiente: Porque a finales de  enero de 1999, hablo con Manuel Jaén en el Parlament. Me cuenta que su hermano, Alejandro, reconocido y multipremiado compositor, residente en Miami, le ha notificado que en el corredor de la muerte del penal de Starke, hay un español a la espera de ser electrocutado. «Yo, como senador –me dice– voy a ir a verle… Más que nada por ver si podemos hacer algo por él, y cuando regrese, te cuento».

Joaquín José Martínez estuvo hablando con nosotros por espacio de más de una hora.

Esposado de manos y pies

Creo que Manuel pensó en mí porque por entonces, por Ultima Hora, estaba viajando mucho por el mundo. Así que, al regreso del viaje, habiendo podido hablar con Joaquín, al que desde el Senado iban a tratar de ayudarle, me dijo que por qué no viajaba yo y le entrevistaba. «Por lo visto le van a hacer un nuevo juicio… Y si le ayudamos divulgando su causa, igual tiene suerte». Me pasó el teléfono del cónsul español en Miami, Miguel Diazpache Pumareda, a quién escribo preguntándole si es posible esa entrevista, y a los cuatro o cinco días me contesta diciéndome que sí, que no hay problemas. Hablo con el director del diario, le expongo la idea, y me dice que adelante. Luego hablo con Joan Torres, el fotógrafo, con quién hacía poco había viajado a Cuba, Filipinas y Puerto Rico para hacer un reportaje para Brisas sobre la independencia de estos tres países –con Torres, años antes, habíamos recorrido medio mundo durante casi seis meses, buscando las ciudades llamadas Palma– y me dice que sí, que encantado. Pues que para Miami nos vamos, tras haber recibido otra notificación    del consulado en que se nos dan unas normas para nuestra visita al corredor. Entre otras cosas se nos informa que no podemos llevar zapatos con cordones ni cinturón, mejor hacer la entrevista con magnetofón que escribirla a lápiz, pluma o bolígrafo, no entrar con dinero, etc.

En la puerta del penal, sin muros, pero rodeado por una alambrada coronada con una concertina enorme, nos hacen unas fotos, nos pasan por un scanner –Torres tiene que pasar tres veces porque otras tantas veces suena la alarma, todo porque los zapatos que llevan, unos Panamá, tienen la marca, en metal, oculta–, entramos en un compartimento, nos colocan delante de una puerta y nos dicen que cuando se abra, entremos, «entonces verán otra puerta, no se acerquen a ella hasta que la que han dejado detrás, se cierre, entonces se abrirá y pasen». Tras abrirse y cerrase tres puertas, llegamos a un pasillo que a los pocos metros de caminar por él se abre en dos, uno que lleva al penal, digamos, normal, y el otro al corredor, por el no llegamos a él, sino a una gran sala. En ella vemos a Joaquín José, vestido de camisa de color naranja y pantalones grises,    con camiseta y zapatillas blancas, esposado de manos y pies a dos cadenas, la de los pies, muy corta, a fin de que no pueda dar pasos largos, y la de las manos unidas a otra que lleva en la cintura. «Entren dentro. Pueden hablar con él de lo que quieran, pero sepan que todo va a ser grabado», nos dice el guardia. Entramos en la sala, nos sentamos y a poco llega Joaquín José, dando pasos cortos, esposado de pies y manos, que se sienta enfrente de nosotros. Los guardias se van, nos dejan solos y empezamos a hablar durante una hora, en la que nos cuenta lo que le ha pasado hasta llegar a donde está, y que, naturalmente, tiene puestas las esperanzas de que haya un nuevo juicio. Entre otras cosas nos cuenta que los miércoles el penal prueba la silla eléctrica, «cosa que notamos por el gran bajón que da la luz, lo cual no deja de ser un martirio para los que estamos en el corredor», y que «un día a la semana, dejan entrar a la gente de la calle a que nos vean desde la parte alta del patio al que salimos nosotros a airearnos. Es gente que paga una cantidad por vernos».

Manuel Jaén Palacios, uno de los artífices de que Joaquín no fuera culpable.

No sé Joan Torres, pero yo flipaba de estar allí, un lugar que tantas veces había visto en el cine… Pues ahí estábamos. Con un único requisito: haberlo pedido. Así de simple, ya que ese era el único protocolo para entrar.

No culpable

Hubo otro juicio. Antes de que tuviera lugar, los padres de Joaquín hicieron un bingo entre los vecinos de la finca de Miami donde vivían para sacar dinero… Porque en Estados Unidos, si el abogado defensor, en este caso Peter Raben –que antes de iniciar el proceso se vino a Mallorca, de vacaciones, y a jugar al golf con el también abogado, Mariano Medina–, no cobraba por adelantado, no actuaba.

En Mallorca, a raíz de que Ultima Hora diera a conocer el caso, y también gracias a la entrevista que le hicimos a Raben, hubo mucha gente que colaboró, entre ella Tolo Cursach, quién, además de cedernos la discoteca Tito’s    para que hiciéramos un festival, en el que participaron muchos músicos, y en que conseguimos    algo más de 250.000 pesetas, aportó lo que faltaba para el medio millón. Total, que se hizo el nuevo juicio del que Joaquín José, con el veredicto de no culpable, quedó en libertad.

Debo decir que antes de que se celebrara el juicio, volví a entrevistarle. En esta ocasión viajé solo, y no a Starke, sino a Tampa, a donde le había llevado a la espera de juicio. Ahí no estaba en el corredor, pues no lo había, sino en una celda. (De paso, ya que estaba en Miami, fui a la Calle 8, la de los cubanos, y en La Casa del Preso hice un reportaje sobre cómo son las cárceles en Cuba, preguntado a expresos, supervivientes de esos presidios).

En la Casa Amarilla

Pues ya ven la que montamos, todo porque el diputado y senador Jaén Palacios, a través de su hermano, se enteró de que había un español condenado a muerte, y que aguardaba la ejecución en el corredor de la muerte de Starke.

Un año después, Jaén Palacios me habló de otro mallorquín, preso en la cárcel de El Dorado (Venezuela) por intentar pasar droga en la Isla Margarita y… Pues que para allá que nos fuimos. Él, como senador, y yo como periodista. De Caracas a El Dorado, un lugar perdido en la selva amazónica, con parada en Bolívar, fuimos en una avioneta pilotada por el embajador de España en aquel país. Una vez en aquel penal, estuvimos con el mallorquín el tiempo que quisimos, hablando con él y viendo el lugar, sobre todo la llamada Casa Amarilla, donde estuvo preso Papillón. Aunque eso ocurrió bastantes años antes.

Y es que, donde haya un mallorquín, ahí ha de estar Ultima Hora. Y si no es mallorquín, pero que puede ser de interés al lector en general, también ahí estará Ultima Hora. Pues a ver que nos cuentan los de la productora.