Pedro Casablanc es sin duda un actor en racha. No para de trabajar. En el cine y la televisión es una figura omnipresente. Pero es en el teatro, su hábitat original, donde ha desplegado en los últimos tiempos sus trabajos más plenos e inspirados.
Sus interpretaciones en Ruz-Bárcenas (llevada a la gran pantalla tras su éxito escénico) o Hacia la alegría son buenos ejemplos. Aunque donde ha sacado a relucir su pluralidad de registros más intensa y exhaustivamente ha sido en Yo, Feuerbach, que estrenó en el Lliure y luego presentó en la Abadía, teatro este último en cuya cantera se formó. En la obra del dramaturgo alemán Tankred Dorst, encarna a un veterano actor venido a menos, que todavía ama su oficio a pesar de sus ingratitudes. Entre la vanidad y el orgullo, la vulnerabilidad y la decadencia, el cinismo y la ironía, Casablanc brinda una actuación memorable, guiado por la batuta de Antonio Simón.