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La Fiscalía en Balears tiene la misma percepción que buena parte de la sociedad: existe un incremento constante de los delitos de odio. En el transcurso de las últimas semanas, los medios de comunicación se han hecho eco de episodios, incluso en el ámbito familiar, de acoso, de maltrato y de agresiones a personas por su condición afectivosexual. Esta violencia también alcanza también otros ámbitos: el racismo o las creencias religiosas. El rechazo firme a estas actitudes que proliferan tanto no esconde la sorpresa cuando cabría esperar que en pleno siglo XXI ya estuvieran superadas. Las preguntas inevitables son qué explica lo que sucede y cómo puede frenarse.

Tolerancia en retroceso.

Las cifras, en este tipo de cuestiones, no son el aspecto más trascendental, aunque sean indicativas de una tendencia. El eje del problema es su mera existencia. En un régimen democrático como el español no deberían tener cabida situaciones como las que se denuncian cada vez con más insistencia. Los ataques homófobos o racistas salpican con una cotidianidad exasperante todos los canales de información. Es un fenómeno que constata una vuelta atrás en los índices de tolerancia de nuestra sociedad. Las premisas retrógradas encuentran con facilidad acomodo en segmentos de la población que, en ocasiones, sorprenden por su juventud. Algo no se está haciendo bien.

Sentimientos primarios.

En todo este escenario no cabe duda de que es siempre hay grupos interesados en excitar sentimientos primarios a la búsqueda de notoriedad. La educación y la recuperación de valores como el de la tolerancia, entre otros, deberían ser, de nuevo, prioridades sociales si se quiere frenar esta auténtica degradación frente a la que no se puede permanecer impasible. Balears, por desgracia, no queda fuera de estos comportamientos que es preciso expulsar para recuperar la convivencia.