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El presidente de EEUU, Joe Biden, y el primer ministro del Reino Unido, Keir Starmer, se han reunido en la Casa Blanca para decidir si finalmente autorizaban a que Ucrania utilizara misiles de largo alcance occidentales, lo que podría convertirse en un quebradero de cabeza para las tropas rusas. De hecho, el presidente ruso, Vladímir Putin, amenazó directamente a la OTAN y a los Estados Unidos con una guerra total si permitían que Zelenski hiciera un uso ofensivo del arsenal que le están cediendo sus aliados. Hasta la fecha, Kiev tiene una serie de restricciones a la hora de emplear este armamento y solo puede golpear en suelo ruso hasta cien kilómetros de distancia desde su frontera. Estas limitaciones lastran la maquinaria bélica ucraniana, que no puede castigar la retaguardia rusa y la red de suministros de las tropas del Kremlin. Finalmente, Biden y Starmer han decidido seguir apoyando con firmeza a Zelenski, pero no le han dado luz verde al uso de misiles de largo alcance. Al menos, de momento.

La vista en Kursk. La decisión acontece en un momento especialmente delicado de la guerra, cuando Ucrania ha invadido por primera vez territorio ruso y se ha adentrado en la región de Kursk. Ha sido un punto de inflexión desde que Putin ordenó la invasión y ha cogido por sorpresa a los generales rusos, que no habían defendido suficientemente esa parte de la frontera porque consideraban imposible un ataque tan audaz.

Moneda de cambio. Ese territorio ruso conquistado en pocas semanas podría servirle a Zelenski como moneda de cambio en una futura mesa de negociaciones, antes de firmar la paz. Sin embargo, pese a la torpeza demostrada por el generalato ruso, es harto improbable que Kiev pueda conservar durante mucho tiempo esa provincia. Y el tiempo, en esta guerra de desgaste, corre a favor de Putin.