TW
0

Durante el año pasado, en Baleares más de 560 adolescentes fueron atendidos en urgencias psiquiátricas de distinta gravedad, lo que evidencia la fragilidad de la salud mental entre muchos de nuestros jóvenes. Si bien es cierto que tras la pandemia se dispararon los casos, y que ahora se están estabilizando o descendiendo, todavía dos de cada diez estudiantes de entre 9 y 16 años admite haber tenido una tentativa de suicidio, según un informe reciente del Observatorio Español de la Salud Mental Infanto-Juvenil (Observainfancia). Son, a todas luces, cifras demoledoras que merecen una profunda reflexión para precisar qué está pasando. En este sentido, los expertos aluden al papel de las redes sociales, que pueden desequilibrar y causar una presión social atroz sobre el adolescente, que no está preparado para gestionar el ciberacoso, la depresión o la ansiedad. El cada vez más temprano acceso de los menores al teléfono móvil agrava el panorama. En muchas ocasiones, los padres les facilitan esa tecnología para que estén localizados, es decir, por seguridad; pero desconocen que los pequeños pueden acceder a aplicaciones violentas, pornográficas o donde son acosados.


Más autoexigencia.

«Viven con más autoexigencia, tienen menor tolerancia a la frustración, hay más desinformación y una forma de vida mucho más rápida que no ayuda a la gestión de las emociones», explica de los jóvenes actuales una psiquiatra del Govern experta en esta cuestión.

Más recursos y prevención.

Ante esta problemática solo cabe aumentar los recursos públicos de ayuda mental a los menores (con, por ejemplo, más psicólogos) y potenciar las campañas de prevención, para que sepan que no están solos. En cualquier caso, la detección temprana es clave y aquí el colegio y el entorno educativo y, por supuesto, la familia tienen un papel fundamental.