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Balears estrena año con el problema de la crisis habitacional sin resolver, lo que obliga a miles de personas a tener que alquilar una habitación en un piso porque no pueden permitirse otra opción. Es una consecuencia directa de un mercado inmobiliario desbocado, que parece no tocar techo, y que ha disparado los precios de los alquileres y de la compra de casas. En muchos casos, alquilar una vivienda en Palma supone que el inquilino tenga que destinar prácticamente su sueldo íntegro a ese fin, por lo que la modalidad del arrendamiento de habitaciones –propia de los años cincuenta del siglo pasado– se abre paso con fuerza y deja un dato demoledor: una cuarta parte de la población balear vive ya en casas compartidas. La convivencia con desconocidos, obligados a compartir los espacios comunes del piso, como los baños, la cocina o la sala de estar, no es sencilla y es origen en muchas ocasiones de fricciones e incomodidades, que complican el día a día.

Un ‘cásting’ para los candidatos.

Y el asunto no acaba aquí. Optar a una habitación es, en ocasiones, una auténtica carrera, donde los interesados se enfrentan a una suerte de ‘cásting’. Si son los elegidos saben bien que los precios de las habitaciones varían en función del tamaño, la ubicación y el estado del inmueble, entre otros factores, pero las más baratas se encuentran por 240 euros y las más caras se ofertan por casi 2.000 euros al mes.

La sombra del alquiler turístico.

Como ocurre ya con los pisos, la sombra del alquiler turístico es alargada y muchos propietarios ofrecen habitaciones por temporadas a veraneantes, la mayoría de ellos de forma encubierta. Esta variedad inmobiliaria ocasiona serios problemas para la comunidad de vecinos del edificio en cuestión, por las molestias que pueden llegar a ocasionar los inquilinos esporádicos que están de vacaciones.