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Tras la derrota silenciosa de las tesis de Francina Armengol en el pasado comité federal del PSOE –en el que Felipe González travestido de Susana Días impuso la estrategia suicida de no intentar gobernar - todo indica que Mariano Rajoy alcanzará su deseado objetivo. No quedar para la historia como el único presidente español de la reciente democracia –con la excepción, que no cuenta, del breve Leopoldo Calvo-Sotelo, que ni siquiera se presentó a urnas- que no ha repetido mandato. Es su obsesión. Todo lo demás le importa una higa. Se nota en la estrategia de pactos que está siguiendo. Lo único que le interesa es que le invistan. ¿Y el gobierno? Qué más da. Aguantará este año y para el próximo su dios dirá. O no. Y si no se hace verbo y deja sin iluminar a su fiel creyente no habría problema muy grave todavía. Porque para eso es gallego, previsor y mal pensado. Así que aprobó los presupuestos de 2017 sin que nadie entendiera para qué –en especial los socialistas- y ahora lo entienden. Y por tanto tiene la opción de prorrogarlos para 2018. El ejecutivo podrá funcionar sin ningún problema, pase lo que pase, excepto que le pongan una moción de censura. Será empezado ese año de dentro de un bienio cuando se le podría torcer definitivamente todo, porque no tendría apoyos para otras cuentas, las de 2019, y cuando sería previsible que la mayoría de bloqueo –todos contra él, aun cuando tuviera a su vera a las huestes del genial Grouxo Rivera, el del veto que nunca existió- le hiciera la vida imposible. Pero a quién le importa lo que vaya a pasar dentro de dos años. Si Rajoy obtiene la investidura ahora, a la sazón no será más que otro presidente que en su segundo mandato tiene serios problemas y debe avanzar elecciones no por su incapacidad sino por la lesiva oposición de izquierda radical y de un PSOE vendido a los populiestas y etc. que dice que no a todo. Y quién sabe si todavía no tendrá marcha para intentar otro mandato.