El grado de virulencia de la campaña electoral interna para elegir a quien ocupará la secretaría general está dejando heridas muy profundas en el PSOE. Que no parece que vayan a poder curarse. Decía hace poco Sofía Herranz, ibicenca del equipo de Pedro Sánchez, que su proyecto y el de Susana Díaz son “antagónicos”. Qué hacen en un mismo partido personas con proyectos “antagónicos” da el tono exacto de hasta qué punto el PSOE tiene un problema muy serio. Además, los insultos, las descalificaciones gratuitas, las filtraciones interesadas a los medios de unos contra otros, la tensión bien a propósito creada, la sospecha de juego sucio por ambas partes... ayudan a sospechar que esta vez el Partido Socialista ha ido demasiado lejos en sus tradicionales guerras internas.
No sólo es que se hayan excedido todos, es que además han elegido el peor momento para desmelenarse de esta manera. Hasta las elecciones presidenciales francesas los socialistas argumentaban que su partido no es comparable al PASOK, el socialdemócrata griego, porque tiene mucha más historia, militantes, poder institucional, estructura orgánica y votos. Sin duda. El problema es que desde el pasado domingo día 7 de mayo el Partido Socialista francés le ha dado un nuevo norte para ilustrar su potencial futuro: partido de raigambre acendrada, alto nivel de voto, poder institucional máximo en ejercicio... se abandona a unas delirantes elecciones internas que se convierten en una carrera disparatada en la que lo que importa a todos los contendientes es, ante todo, destrozar al enemigo -es decir, al compañero de militancia que desea ser candidato- antes que fortalecerse mútuamente para vencer al adversario -la derecha externa-, con el resultado conocido. Un mísero 6,3% del voto. Cierto: en primera vuelta. Seguramente para las elecciones legislativas pueda recuperar algo. Pero el golpe está ahí y ha dejado al borde de la muerte al otrora poderoso PSF.
El camino que está siguiendo el PSOE se parece mucho al de sus colegas franceses. La animadversión mutua entre Pedro Sánchez y Susana Díaz, el impulso de los dos a la polarización salvaje, pasional y sin razonamientos, la incapacidad de ambos de mantener el mínimo de dignidad propia, respeto a la militancia y educación ante los ciudadanos, parece dejarles sin raciocinio para comprender que cada voto de afiliado que ganan puede traducirse en la pérdida de muchos más sufragios al PSOE, los de esos ciudadanos progresistas estupefactos ante tanta suicida idiotez.
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