Los países no existen por designio divino, aunque en España haya mucha gente que esté convencida de lo contrario. Nacen y desaparecen igual que la vida misma, que es un producto de la bioquímica que se crea y perece sin que intervenga nada relacionado con lo que las supersticiones y los diferentes religionismos fantasean. Si la vida, pues, brota y se desvanece, con todo lo que es creación de la vida, de los humanos en fin, pasa lo mismo. Cómo iban a ser diferentes los países.
Es bueno recordar a veces la evidencia científica sobre la vida – no es creencia, es ciencia, por mucho que los religionistas diversos pretendan lo contrario – cuando se debate sobre si Cataluña tiene derecho a ser independiente o si, todo lo contrario, es imposible que lo sea.
En verdad ni lo uno ni lo otro se fundamenta en ningún conocimiento histórico político y, desde luego, no parte de base racional alguna. En efecto, los países aparecen y desaparecen fruto de circunstancias políticas y militares que no tienen nada que ver con derechos ni, muchos menos, con determinismos que los hagan nacer o se lo impidan. En realidad, más que determinismos son suposiciones, opiniones y fes diversas, que por supuesto cada persona es libre de tener las que quiera pero no sirven para el análisis lógico.
Cataluña no tiene derecho a la autodeterminación porque no hay ningún texto internacional que así lo diga, por mucho que fantaseen al respecto los nacionalistas catalanistas. Pero tampoco existe ningún elemento objetivo – político, diplomático, económico... - que determine la imposibilidad de que sea independiente, por mucha imaginación que le pongan los antinacionalista buscando teorías que lo pretendan.
Todos los casos de países autodeterminados y creados a la contra de otro u otros, es decir de forma unilateral, han nacido por el éxito de una voluntad política y militar. No hay excepción. No existe país alguno que haya sido creado de forma unilateral por derecho y sin guerra. Y otros muchos no han conseguido nacer. Cada caso es diferente y nada está escrito al respecto de cuando se produce la posibilidad. Pero lo que está fuera de duda es que cuando alguno ha brotado, el mero hecho de existir altera el statu quo de sus próximos, de sus contrarios y, de alguna forma, el internacional; y la diplomacia que antes le negaba el derecho a ser puede cambiar de un día para otro y acogerle. Recuérdese el caso de Israel, que se suponía una fantasía basada en la irracional fe – y lo era, bien verdad es- hasta que las circunstancias políticas le permitieron nacer y las militares consolidarse, se alteró el statuo quo y la invención no acogida a derecho alguno ni fruto de ningún determinismo fue una realidad.
Al no existir ningún determinismo que impida la creación de otro país-estado a la vez que tampoco existe derecho que cobije la auto determinación unilateral, enfrentarse al análisis político de la cuestión catalana basándose en una u otra pretensión es lo mismo que pretender entender la vida a partir de teorías religionistas de cualquier naturaleza. Un sinsentido.
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