El rico empresario hotelero, amén de tenista, Rafael Nadal, ha hecho escribir una carta pública que él firma dirigida al alcalde de la localidad que le vio nacer, Manacor, Miquel Oliver, en la que confirma que ha obtenido trato de favor del Parlamento balear y, a la vez, argumenta que tal deferencia hacia su augusta persona por parte de los políticos regionales es del todo legal y democrática. De lo que sea legal nadie, que se conozca, ha dudado jamás. De hecho fue el trato de favor el que convirtió en legal el objeto de polémica. Y respecto a lo democrático, bueno: ni Nadal ni sus escribidores son doctores en Politología así que no cabe ser crueles con su ignorancia al respecto de lo que es la democracia.
Yendo a la cuestión básica, si se arguye – tal y como hacía Oliver- que el Parlamento regional dio trato de favor al susodicho empresario es porque se le concedió lo que a un ciudadano cualquiera de ningún modo se le daría. ¿O acaso conoce alguien un caso igual o semejante tratándose de un ciudadano cualquiera? Claro que hubo trato de favor. Y de hecho fueron dos, pues la Cámara en dos ocasiones ha favorecido sus intereses particulares. Todo lo demás que se dice en la famosa carta pública son las vacuidades típicas de quien necesita justificar no se sabe qué, pues que su empresa de referencia dé trabajo a equis personas no tiene la menor relación con el trato de favor que se le ha otorgado, que él lleve su “manacoridad” -sea lo que sea tal cosa – por el mundo pegando a una pelota con una raqueta no supone ningún misterioso vínculo con el fondo de la cuestión, que sus intereses particulares hayan sido favorecidos está al margen de que haya erigido su hotel y resto de negocio en Manacor y no “en cualquier otra parte del mundo” o, en fin, que su filantropía esté por encima de la del resto de hoteleros tampoco atañe a nada a la cuestión esencial.
Pocas veces una carta pública desdice el objetivo que aparenta perseguir. La firmada por Nadal lo consigue con meridiana y absoluta rotundidad. En efecto, los escribientes de la cosa debieron recibir el encargo por parte del empresario de “demostrar” que no ha habido trato de favor y ellos, unos linces de la redacción, confirman que lo dicho por el alcalde Miquel Oliver es exactamente cierto: que hubo trato de favor del Parlamento que convirtió en posible lo que de otro modo hubiera sido ilegal e imposible de llevar a cabo y que a efectos del pago de tasas – la parte enternecedoramente ridícula de la historia – se evidencia que se han satisfecho tal y como dijo el regidor -que sí, pero luego de habérsele pedido que lo hiciera – con todo lo cual confirman que Oliver tenía razón, sobre todo al poner de relieve lo que, por otro lado, todos sabemos. Que los que se dedican a la hostelería, como Nadal, tienen en esta tierra un trato de favor permanente por parte de los políticos -incluido el partido al que pertenece Oliver, por cierto – y que él lo ha tenido amén de por su condición empresarial por los contactos derivados de su éxito tenístico.
Bien, todo esto ya lo sabíamos todos. Entonces ¿qué nos quería decir Nadal con su carta pública si lo del trato de favor es una perogrullada, lo de los tasas es tan ridículo que da vergüenza ajena y lo de su“manacoridad” parece como cosa propia de los territorios de la religión y en cualquiera caso es algo ajeno a los no manacorenses? Pues no hay respuesta. No se sabe cuál es el objetivo de la misiva. ¿Tal vez es una manera de dejar claro a todos que al ser rico y hotelero – con perdón por la redundancia – amén de dedicarse a la raqueta tiene contactos de altísimo nivel que nos son negados por razón de clase al resto de mortales, tanto que el Parlamento balear legisla como él quiere? Pues quizás podría ser éste el sentido último de la carta.Al menos no cabe duda de que es la única información relevanbte que da la misiva.
Eso de lo que tanto se enorgullece el hotelero Nadal se llama, en sociología indígena mallorquina, “tenir bo”. Que podríamos traducir por “tener contactos” aunque en castellano no se acaba de captar del todo la sibilina profunda penetración en el poder que define la expresión indígena. Pero en fin, casi todos entendemos de qué se trata y, a la vista de las respuestas en redes sociales y resto de comentarios al respecto de la polémica, es una obviedad que todos lo aceptamos como algo intrínseco a ser rico y poderoso, no nos parece en absoluto pernicioso para el conjunto social sino más bien parte de la idiosincracia común de la que hay que sentir orgullo: esencia de la mallorquinidad, en fin.Y no, aunque pensemos que por todo es igual no es así. De hecho muchas gentes de otros lares patrios cuando aterrizan aquí se sorprenden de esta interiorizada sumisión al escalonamiento social, con todo lo que conlleva - sobre todo ese antidiluviano y antidemocrático “tenir bo” -, como si hubiera sido éste forjado por designio divino. Pero es que así somos: el empresario Nadal,sus colegas hoteleros, los demás ricos y el resto de nosotros, qué le vamos a hacer.
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