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Jesús es grande, ninguno como él. Bien podría ser el resumen de este fulgurante escritor, Oscar Wilde , que alcanzó el cenit de la gloria británica antes de entrar en la experiencia dolorosa de verse preso acusado de homosexualidad.

Por encima de todas las tesis sostenidas por Jesús de Nazaret, destacaré aquí las que, según parece desprenderse de sus textos, más impactaron a Wilde. Primera tesis: «Él tomó a niños como modelo de lo que la gente debería intentar llegar a ser», lo que no se trata de regresión psicológica, sino de ascenso moral. Segunda: «Cristo fue la primera persona que dijo a los hombres que debían vivir como las flores. Él fijó la frase», lo que supone que no había que tomar demasiado en serio los intereses materiales, «fijaos en los lirios del campo». Tercera: «Si sus únicas palabras hubieran sido las que dirigió a la adúltera –sus pecados le son perdonados porque amó mucho– valdría la pena haber muerto después de pronunciarlas».

La visión de Jesús a través de los ojos encarcelados de Wilde me invita a tres decisiones: hacer más niña mi ambición, más hermosa mi tierra y más misericordiosa mi justicia. El mensaje evangélico tiene más de propuesta que de ordenanza y rima mejor con ternura que con condena.