Hace ya tiempo, decenios, que me pregunto por qué los políticos se ríen tanto. Y como la cosa va en aumento, me permito una reflexión. Antes, digamos que en pasadas generaciones, incluida la de nuestros padres, los políticos no reían. Y esto que aún no habían leído la novela de Umberto Eco , ni sabían que Aristóteles recelaba del humano reír.
Busquemos fotos y retratos de épocas pasadas. Carlos V a caballo en la batalla de Mühlberg, y esto que el pintor, Tiziano , lo pinta ya a batalla ganada, no aparece con sonrisa alguna. Tampoco veremos a santos ni a pontífices con la sonrisa en los labios. Más bien serios, puesto que la gravedad otorga credibilidad. Ni tan siquiera el papa Alejandro VI , con su corte de titiriteros, se deja retratar sonriendo, más bien dubitativo de sí mismo, y con razón.
Y así contemplaremos los rostros serios de tanta gente. Sin embargo las mujeres ofrecen una discreta sonrisa. Sobre todo viudas. Recordemos a María de Médicis o a María Cristina de Borbón , pintada por Vicente López , esposa de Fernando VII , y que, muerto su marido, se convierte en regente desde 1829 a 1840. Motivos no le faltan para sonreír. Su vida será intensa, sobre todo una vez fallecido su marido, el rey felón. Es de aquellas personas que en mallorquín decimos que s'enfoten des món i de sa bolla . Enamorada de su guardia de corps, Agustín Muñoz , al que se declara un 18 de diciembre de 1833 en la Real Quinta de Quitapesares, contraerá matrimonio con él, para escándalo de todos les españoles.
Pero la cuestión está en observar cómo a día de hoy los políticos ríen tanto. Los personajes de los años cincuenta no reían. Fijémonos en sus retratos. En sus últimos años, Francisco Franco esbozaba una sonrisa, un gesto de anciano afable, pero no recuerdo a político alguno de aquellos años dándole al sonreír. Ha sido durante estos últimos decenios que se ha impuesto la sonrisa. El Adolfo Suarez de la Transición aún no había entrado en esta dinámica. Ofrecía un rostro preocupado, de político consciente de su responsabilidad. Y no digamos su sucesor, Leopoldito , ¡Menuda cara! Nada le salía bien.
Llegados a día de hoy, todo ha cambiado. Nos hacen una foto y lo primero que nos piden es que sonriamos. Hay que pertenecer a un mundo feliz. Les han dicho a los políticos, que no hay arma mejor que la sonrisa. Así aparecen en público, aunque en privado estén a rabiar. A menudo su sonrisa no es de pura satisfacción. Es burlesca. De este modo se transforma en sorna, a modo de desprecio del adversario, desde Sánchez en pandemia, a Casado , feliz como nadie desde el trancazo de Murcia.
Pablo Iglesias sabe dominar la cuestión más que nadie. Es un cómico formidable. Escenifica sus enfados cuando es conveniente, y desde luego se ríe jactancioso, en cuanto puede sacarle rentabilidad a su gesto. Está hecho para que le vean. No podía con el cargo de vicepresidente, y su aventura cara al 4 de mayo, podía darle mucha cancha. Es un hombre mitinero, un auténtico cómico, capaz de adoptar las mil caras. Pero no lo olvidemos, recogiendo de nuevo a Aristóteles, que la sonrisa, bajo el imperio de la mentira, es obra del Maligno.
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