Escribo estas líneas habiendo consumido como aperitivo inacabable, sola en mesa de cuatro y sin convivientes, la precampaña y el arranque de la campaña de las elecciones madrileñas que, pese a las dudas de analistas, yo creo que vaticina claros resultados. Empezó el domingo la campaña oficial con un parte meteoroelectoral que observa la presencia del huracán Isabel en Madrid, arrasando por donde pasa. Porque Ayuso, heredera de la derecha dura, se ha despojado a ratos de la prepotencia innata de su supuesta guía espiritual, la autoendiosada expresidenta Aguirre, para bajar al barro y codearse con todo quisqui.
La actual presidenta se jugó la partida a un órdago y convocó elecciones anticipadas al temer una moción de censura de sus socios de gobierno naranjas, pese a su clara apariencia de farol, y echó el resto para seguir casada con la política madrileña, o nacional, haciendo sombra a Casado, su mentor. Bonita paronomasia me ha quedado. Como castigo por si acaso, se quitó de encima a seis consejeros de Ciudadanos y redistribuyó las competencias entre los suyos. Y con una gestión omnipresente, desde Chamberí a Chueca, ha sabido atraerse el apoyo de colectivos de todo tipo, desde los hosteleros y comerciantes hasta el colectivo LGTBI.
En un vídeo en el que se enfunda un chándal y sale a correr por su Madrid abierto en guerra contra la COVID y contra el Gobierno, quiere aparentar que está en plena forma para enfrentarse a sus oponentes, sabiendo que el 4 de mayo se celebran unas elecciones que van a servir de barómetro nacional. El PP salió hundido de los comicios catalanes y la victoria en la capital supondría un buen golpe para aturdir a Pedro Sánchez. Un asalto que evidenciaría también que Ayuso ha ejercido de vencedora líder de la oposición, comiéndose a su cocinero.
De hecho, al contrario que Monasterio, ella va por libre mientras el resto de cabezas de lista se sujetan en los presidentes o secretarios generales de sus partidos. Tanto, que a veces no se distingue el contexto electoral, lo que potencia un Pablo Iglesias ubicuo, capaz de dejar una silla de vicepresidente para que otro no ocupe la de una presidencia, aunque sea de los suyos y sea regional.
El egocentrismo es paradigma pero no patrimonio de Podemos. Pese al primer puesto obtenido por Gabilondo en los pasados comicios, Pedro Sánchez se resiste a soltar su protagonismo centralista y el catedrático y exministro parece invisible después de anunciar, y cumplir, una campaña sosa, seria y formal, todo lo contrario al provocador de Loquillo. Ni aburrimiento socialista, aunque aporte ideas, ni lo que importa de Más Madrid venden en una campaña. ¿Pero alguien cree que en unas elecciones la verdad computa para el éxito? Todo lo contrario: las promesas, da igual si se cumplen o no, y el espectáculo son amigos de la victoria. Pura irrealidad.
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