Un europeo cosmopolita como el Archiduque Luis Salvador decía en su libro La Ciudad de Palma: «Cuando navegando en alta mar, se llega a la amplia bahía de Palma, particularmente si se viene del Oeste, van emergiendo en la lejanía, de un modo paulatino, encantadoras e inmóviles, las torres, después las doradas murallas y finalmente las casas asentadas en la ribera de la capital de las Baleares. Existen muy pocas ciudades en el mundo que ofrezcan al forastero, que a ellas llega, una fisonomía tan amable, pues en muy pocas se combinan como aquí, la forma y el color para ofrecer un efecto tan armonioso».
Ciento cuarenta años después podemos decir que aquel paisaje se ha transformado de tal manera que ya no se puede reconocer. Las sucesivas olas de crecimiento turístico han provocado que las operaciones portuarias ocupen toda la parte de poniente de la bahía. Primero fue el crecimiento de los muelles comerciales, después la extensión de los clubs náuticos y ahora los megacruceros y los ferrys. El espacio público de los paseos de la costa y el paisaje marítimo, gratuito y al alcance de todos, se ha ido transformando en actividades de interés privado, eso sí, «para el bien de todos».
La mayoría de los cruceros que surcan los mares del planeta se han fabricado en Europa, mayoritariamente en Alemania (grupo Meyer) y en Italia (grupo Fincantieri). También los turistas de cruceros son mayoritariamente europeos y también lo son los principales destinos: Italia y España, con sus ciudades portuarias ricas en patrimonio figuran a la cabeza. Por lo tanto, estamos hablando de una industria liderada por europeos para europeos, aunque la propiedad esté compartida con inversores globales. Inversores que se refugian en cruceros de banderas conocidas por ser de paraísos fiscales. Los beneficios económicos se van a paraísos fiscales mientras a nosotros nos destrozan nuestro patrimonio.
Los megacruceros de hoy que navegan por todo el mundo consumen 150 toneladas de fuel de baja calidad, contaminando tanto como todos los coches que pasan por el paseo Marítimo en un día de verano. Cuando están amarrados en el puerto siguen con los motores en marcha para poder alimentar las infraestructuras colosales que hacen funcionar el barco. Los miles de pasajeros que descienden para visitar la ciudad generan una movilidad intensiva en taxis y autobuses, vaciándola de servicios públicos pensados para la ciudadanía. La huella ecológica de este tipo de turismo es grandiosa y mucho más compleja de la que hemos enunciado esquemáticamente aquí.
En Palma el turismo de cruceros ha venido creciendo intensamente desde el año 2010, llegando a veces a 6 o 7 cruceros en un mismo día. El impacto que ha tenido en la ciudad ha sido muy importante, transformando por completo el pequeño comercio tradicional y provocando la salida de muchos residentes que no aceptan las molestias que provocan la masificación de la ciudad.
Un conjunto diverso de 30 entidades no lucrativas, que amamos la ciudad, su cultura y su vida tranquila, nos unimos para impedir este desatino tan grande, como también ha ocurrido en otras ciudades. Ahora hace casi dos años que trabajamos desde la Plataforma contra los Megacruceros para limitar este turismo de excesos, durante los cuales hemos exigido que se establezca una moratoria sobre el mismo. La propuesta debía servir para motivar a todos los sectores implicados a buscar una estrategia amplia y consensuada sobre este tipo de turismo. Llegó la pandemia y todos los planes y negociaciones se dejaron en un cajón. Los cruceros dejaron de venir en abril del 2020 y aún no han vuelto. Ahora las diferentes instituciones acuerdan hacer todo lo posible para que vuelvan cuanto antes. La moratoria sigue en pie, pero no hay plan de futuro.
Conseguir controlar el volumen del turismo de cruceros en Palma es importante para una Europa que quiere ser creíble en su lucha contra el cambio climático. Para los palmesanos y palmesanas esta batalla es comparable a la importancia que tuvo en su tiempo conseguir el Parc de la Mar, comprar la Dragonera o convertir Cabrera en Parque Nacional. Ahora todos estaríamos de acuerdo de que aquellas fueron buenas decisiones. Nos toca conseguir que el turismo de cruceros en Palma sea una actividad regulada y sostenible, en beneficio de todos. Nuestra propuesta sigue siendo un megacrucero al día como máximo.
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