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Siempre me quedará la imagen de Paco Solana atravesando la plaza París, de Palma, haciendo marcha atlética a buen ritmo, embutido en su chándal del Barça. Porque Paco era un tipo singular, apreciado por todos y siempre con una sonrisa simpática en la boca. El buen humor siempre se agradece.

Paco Solana era un tipo comprometido socialmente, republicano de alma y corazón, era visible su imagen en cualquier acto reivindicativo. A Paco le conocí hace décadas, cuando yo acudía a entrenar al gimnasio del barrio del Camp Redó, el Body Power, en la misma plaza París. Paco alegraba la vida de los ‘machacas’ en cuanto entraba por la puerta. Se le coreaba y él, a su vez, reía con su risa contagiosa que facilitaba los momentos de sobreesfuerzo. Paco tenía duende, don complicado de poseer; a su alrededor se arremolinaba la buena sintonía. Fue un tipo polifacético: recogepelotas del Mallorca en el Luis Sitjar, árbitro, gran aficionado al deporte y barcelonista de pro. Practicó la marcha atlética con ahínco proclamándose campeón en 5.000 y 10.000 metros en el Campeonato Iberoamericano de Atletismo Máster celebrado en Lima, ciudad donde se trasladó a vivir hace un tiempo y ciudad en la que vivió sus últimos días.

Que la COVID-19 sigue causando estragos es una realidad. Aquellos que siguen dudando de la capacidad mortífera del coronavirus deberían tener en cuenta que se ha llevado a un deportista de 50 años, que no era joven, pero tampoco viejo y, sin embargo, el virus no sabe de carnets de identidad. Se podrían hablar mucho sobre Paco Solana, todo positivo, y no quiero acabar esta columna hablando de lo que todo el mundo habla. Prefiero recordarlo marchando veloz, ágil, saludando a todo el mundo con la mano y sonriendo, la mejor manera de hacer deporte y competir.