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De verdad, empiezo a sospechar que hay personas (políticos, sobre todo) que trabajan para mí y para que pueda escribir estas columnas. Resulta que el otro día de payés abrió en esta ciudad una tienda de dulces que ha tenido un éxito brutal, y cuyo secreto no es la intrínseca calidad de su producto (que por cierto aún no he probado, aunque ya tuve oportunidad de hacerlo en otras ciudades en las que ya ha triunfado), sino la forma del mismo, ya que reproduce órganos genitales masculinos y femeninos. Y el caso es que ciertos políticos armaron revuelo solicitando nada menos que su prohibición, y desde las autoridades les contestaron que no había motivos para ello (porque no es ningún delito hacer dulces con formas, sean las que sean), aunque por supuesto que compartían que les parecía algo de «mal gusto» (suponemos que figuradamente, porque al igual que yo, tampoco deben de haberlos probado). Y me pregunto yo, que siempre me pregunto cosas: ¿de verdad los órganos genitales humanos son algo ‘de mal gusto', y respecto a qué (a una mano, a un codo o a un ojo)? ¿Y no es de (muchísimo) más mal gusto el hecho de que esos que comen dulces no estén convenientemente informados tanto de la correspondiente educación sexual como de la nutricional (porque seguro que es una bomba alimentaria que puede provocarles más de un disgusto)? ¿Y no es de muy, muy, muy mal gusto que los políticos se fijen en semejantes pequeñeces, teniendo en cuenta todos los problemas importantes que hay por resolver?