TW
2

Hace un tiempo, en un debate televisivo, la mujer fuerte de Vox y el que hasta hace poco fuera cabeza de Podemos, se tiraban los trastos a la cabeza. Entonces, alguien a mi lado, dijo algo tan chocante como sorprendente: ¡Fíjate! La Monasterio contra el Iglesias. ¿No serán esto las imágenes de los dos polos de España?

La España de siempre, bendecida, santificada, que oliendo a meapilas se enfrenta consigo misma para demostrar que existe en su unidad y diversidad. La que se niega y la que se reafirma. La que cava en uno y otro lado trincheras de demagogia. La que crea políticos que no hablan del pueblo sino de los españoles. Se usa el nombre de todos nosotros, los españoles, para sus propagandas baratas o ruines. Que si eso es una traición a los españoles. Que si con eso, los españoles, se sienten indignados. Que si eso o eso otro es lo que quieren los españoles.

Verborrea que, sin embargo, casi nunca es fiel a la voz de las urnas. Y todos sabemos que no hay más voz en una democracia que la que es propia de las urnas y todo aquello que no va acompañado de votos, en estos ámbitos, es más falso que un duro sevillano. No se respeta al elector. Se le utiliza. Los españoles quieren eso. Los españoles desean aquello. Y muchas veces sacan estas aseveraciones, pertinaces y oscuras, de ciertas encuestas, encuestecillas y encuestezotas, tan falsas como el que las organiza para exponer luego sus tristes razones.

No faltan quienes tuercen y retuercen las noticias a su antojo, quienes callan algunas de éstas y quienes las airean como el gallo de la aurora. Pero si algo es visible en este país es el espectáculo del odio. A los manipuladores profesionales de la política les gusta introducir este pequeño virus del odio en una taza de café de cualquier bar, en una charla de parque entre jubilados, en una reunión mitinesca o vayan a saber donde más. En buen castellano diríamos que se trata de hacernos mala sangre, de ver negro donde otro ve blanco.

Algo parecido pensaba un poeta de las primeras décadas del siglo pasado, Enrique Pérez Pardo: «¡Oh, la España romántica! Aquella ingenua edad del motín callejero y de la intriga… Cuando era como un juguete la ansiada libertad en la vetusta corte del séptimo Fernando…»