La pandemia de la COVID está dejando más daños colaterales que el año pasado. Si han aumentado los fallecidos entre los jóvenes ahora vemos casos de niños que no habíamos visto antes.
Si algunos creían que con la vacuna teníamos resuelto el tema de los contagios, a la vista está que no es así. Los políticos se han relajado y han permitido el botellón en masa, o acudir a fiestas ilegales o ir sin mascarilla. Todo eso nos ha contagiado, pues ha abierto la veda al turismo y otra vez tenemos los hoteles casi llenos. Cientos de contagios y vuelta a empezar con la quinta ola, y las que vendrán. Las UCI de los hospitales dicen que están llenas, cosa que obliga a que los pacientes estén confinados en sus casas y los casos más graves ingresados en los hospitales.
Conozco el caso de una amiga que tiene que cuidar, estando sola, de su marido enfermo con un tumor cerebral, inválido por culpa de un ictus que le ha dejado medio cuerpo inmóvil y con una reciente fractura de peroné. Nadie ayuda a mi amiga a lavar o levantar el pesado cuerpo de su marido para orinar. Aún está a la espera de que solucione su caso.
El doctor le dice que esto no es su problema. Y de un centro especial para atender a este hombre, nada de nada. Y aún es la hora de que el servicio de oncología de Son Espases llame a la esposa para decirle cómo ha ido la operación. La mujer, mi amiga, está desesperada. Y con la excusa de que el hospital de Inca está a rebosar, según lo que dicen, este hombre está dejado de la mano de Dios.
Lo cierto es que mueren pacientes por agotamiento del personal médico. Son los daños colaterales que sufrimos todos los pacientes españoles. Así, esto pronto parecerá África.
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