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Y de pronto, septiembre. Llega la lluvia y lo cotidiano, las estrategias y los gastos. Parece que el año empieza ahora porque enero ya no es lo que era con su cuesta y sus fiestas. Ahora la cuesta se empina en septiembre con el bolsillo temblando por vacaciones, excesos y el palo de la vuelta a las aulas: que si libros, cuotas, uniformes, clases complementarias, vestuario para el otoño... Y mal mes para los jóvenes. Que sí, que alivia el reencuentro con amigos y compañeros, pero queda un punto de nostalgia por los escarceos de playa y pueblo. Y eso que no han tenido fiestas ni verbenas y la peste les ha robado tiempo y espacio.

Ya digo, es un mes clave porque hay que superar el síndrome postvacacional, enfrentar los madrugones, los desplazamientos y, algunos, aceptar el teletrabajo. Mes de arranque de proyectos y estrategias. Escucha las radios, que montan espacios, adaptan horarios, fichan a tertulianos y colaboradores, y las televisiones estrenan programas y series. Parece que todo, hasta el campo, se prepara para un año que debería empezar en septiembre, cuando se abre el curso judicial y los jefes de los jueces siguen en un limbo dorado de prórroga tres años después y sin ningún gesto de dimisión para contrarrestar el filibusterismo de Casado y sus huestes.

Por esto, la luz, los menas y mucho más, se abre también la veda del griterío y el insulto, y los políticos perdedores afilan los dientes y cargan la lengua para lanzar la bilis que en verano no han podido escupir a la cara. Parece sano tomarse el mes con calma que el año se presenta duro.