En este extraño mundo en el que la idea misma de progreso ha ido perdiendo progresivamente su verdadero sentido, sustituyendo la noción de avance por la de mercantilismo, se están dando situaciones del todo paradójicas.
Sí, pensemos en el genial Dmitri Mendeléyev, quien en 1869 concibió durante un sueño la Tabla periódica de los elementos haciéndolos encajar en su lugar, e imaginemos lo que opinaría ahora al ver que las por él consideradas tierras raras, y así clasificadas, se erigen actualmente como los minerales del futuro. Son unos 17 minerales, raros no solo por su distribución sino también por sus nombres que en algunos casos se dirían de procedencia mitológica: neodimio, niobio, disprosio... Resultan imprescindibles cuando se anuncia el fin de la era de los hidrocarburos, y estamos entrando de lleno en la era de las telecomunicaciones y de la electrónica miniaturizada en la que se exigen dispositivos más eficientes, con más capacidad y menos peso.
Bien, entendido, hasta ahora no valorábamos estos elementos y hoy es muy probable que acabemos matándonos por ellos. Para empezar, China controla más del 80 % de la capacidad de procesamiento de las dichosas tierras raras, lo cual ya puede convertirse en motivo de canguelo occidental. Pero bueno, le seguiremos llamando progreso, cuando menos hasta que alguien nos explique la ventaja que supone el que un coche eléctrico requiera seis veces más minerales de esta clase que un automóvil convencional. Ay, la cantidad de problemas que se pueden derivar de ello, dejando de lado que uno se pregunta qué puñetas salimos ganando. Más conflictos, más codicia, más guerras, más explotación, todo ello se está dando en mayor o menor medida en el Congo, rico en tierras raras. ¿Progreso?
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