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Los precios mayoristas de la electricidad tensan al alza el IPC. La formación de aquel precio energético es compleja, de carácter ‘marginalista’: el precio final es el de la energía producida por el sector más caro (el gas), que acaba extendiéndose a la energía generada por las renovables, que producen a precios más económicos. Estamos ante un mercado que debería estar menos sometido a posicionamientos oligopólicos: un tema, pues, complejo. Pero lo que interesa remarcar es que ese incremento infiere un repunte de la inflación que, por otras causas, se advirtió ya hace semanas en EEUU. Ahora, el indicador se revela al alza en las economías europeas y en España.

Esto ha activado las alarmas de la economía ortodoxa: se habla de una posible estanflación (estancamiento económico más inflación, que caracterizó la economía de la década de 1970), y se aconseja, por ejemplo, que deben retirarse los estímulos económicos –inversión pública, ayudas, subvenciones– porque, en el escenario actual, se afirma, tales políticas son inflacionistas. Los números agregados parecen dar la razón a tal aserto. Se impondrían entonces las recetas de siempre: contención del gasto, mayor equilibrio del presupuesto, atajar la deuda pública (fijémonos que pocas veces se habla de la deuda privada, que es más importante que la pública). El ataque –si se permite la expresión– a la economía pública está servido: basta ya de incentivos, de estímulos, de laxitudes. Es de nuevo la hora de los ajustes, incluso de los recortes, una consolidación fiscal que reclaman los llamados países frugales (Países Bajos y Luxemburgo, principalmente), pero que tiene acendrados seguidores entre economistas ultraliberales españoles. La inflación lo aconseja.

La inflación en España se ubica entorno al 3 %, con el recordatorio de fondo, formulado por el Banco Central Europeo (BCE), de que ese guarismo debe estar cercano al 2 % (aunque se supere ligeramente). Ahora bien, las proyecciones macroeconómicas del Banco de España (BdE) arrojan otra perspectiva. El regulador señala que la contribución del componente energético a la inflación en los próximos meses va a disminuir. Que los precios no mantendrán la tendencia alcista. De hecho, el BdE sitúa la inflación en un horizonte moderado para 2022 y 2023: del orden del 1,3 % o sea casi un punto inferior a los requisitos del BCE. Y ese dato se incardina en un crecimiento respetable: 6,3 % en 2021, 5,9 % en 2022 y 2 % en 2023, de manera que los niveles previos a la pandemia se superarían a mediados de 2022.

Esto invita a no reducir los estímulos económicos; antes bien: a mantenerlos. La fuerte inyección monetaria en la economía no ha tensado los precios a niveles preocupantes. Por el contrario, ha mantenido la pulsión económica: menos paro, más actividad, menos desigualdad. Esos estímulos, además, acabarán por mejorar los ratios deuda/PIB. Los datos cantan. La ideología, también.