Empezando por el final, poco hay que estudiar en Primaria y la ESO para pasar de curso, ya que aprobar las asignaturas no es un requisito indispensable para ello.
A lo mejor —no hay mal que por bien no venga—, esa falta de estudio evita el adoctrinamiento que los nuevos programas curriculares imponen hasta en las asignaturas de matemáticas. Porque, dejando al margen los escasos contenidos más asépticos y comunes a planes de educación anteriores, toda la ‘ley Celaá' está impregnada de lo que hoy día se llama perspectiva de género y lenguaje inclusivo, aparte de otras imposiciones igual de dogmáticas.
Esto del lenguaje afecta sobre todo, como es lógico, a la asignatura de Lengua y Literatura, donde lo importante no es ya conocer las diferentes corrientes literarias, sino el uso ético del lenguaje y el enfoque de género, para evitar así el malhadado machismo y sus omnipresentes secuelas.
Asimismo, en vez de fomentar el conocimiento preciso del idioma español, que sería lo suyo, promueve el desarrollo de la diversidad lingüística y dialectal del entorno geográfico del estudiante.
Otra disciplina en la que también se instruye ideológicamente es la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía Mundial, en la que tan rimbombante denominación abarca, por supuesto, la llamada igualdad de género, el feminismo más rampante y los sedicentes derechos del colectivo LGTBI.
La conclusión de este muestrario no puede ser más simple: que los estudiantes más jóvenes andarán ayunos de conocimientos, pero tendrán en cambio una visión del mundo conforme a los estándares dominantes del sector más ideologizado de la sociedad.
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