TW
1

Noviembre es un punto de inflexión que nos repite una serie de lecciones que nunca tenemos presentes. Un mes que empieza con el final de la temporada y con la festividad de Todos los Santos. Durante este fin de semana y el lunes hemos honrado de manera masiva a los que nos precedieron. Los cementerios, que deberían estar más presentes en nuestro día a día, se han engalanado y las floristerías, tras la hecatombe colectiva, también han podido hacer su agosto. Hace unos días, Miquel Segura me inquietaba al recordarme que en nuestra isla los siguientes, o inminentes, marginados serán los mallorquines (colectivo difícilmente definible). Creo que Mallorca, al no saber nunca quiénes son los suyos, tiene tendencia a ese arrinconamiento ya que de esta manera renueva su savia y permite que nadie pueda considerarse amo de este paraíso.

Para que ello no ocurra es importante conocer los referentes que acaban enterrados y terminan recordados en una lamentable y puntual rutina donde el qué dirán todavía tiene cierto ascendente. No entender la importancia del legado de los ahora ausentes es un síntoma de debilidad como sociedad y pueblo. No puede ser algo testimonial como la visita anual a las tumbas y debería mantenerse. Por desgracia, la única memoria que existe en esta sociedad líquida e instalada en internet está siendo manejada por los poderes públicos y, con ello, presenta el tremendo peligro de estar politizada y convertirse en un mero instrumento. Ante esa constante aspiración por saber quiénes somos y qué queremos se plantea el final de temporada con las sabidas reflexiones sobre las maldades y perjuicios del turismo (manifestadas ahora en la crítica al aumento de frecuencias y conexiones aeroportuarias previstas para estos meses venideros).

Por mucho que se diga, nunca alargamos la temporada ni tampoco conseguimos que esas reflexiones fruto de una cierta calma posvacacional puedan fructificar en algo bueno o en un nuevo sendero para nuestra comunidad autónoma. Procedemos a un parón absoluto de nuestra única industria y no veo ninguna fórmula creativa o arriesgada que pueda suponer que muchas zonas de Mallorca no queden abandonadas tras meses de un cultivo intensivo que sí puede resultar nocivo. Seguimos absolutamente anclados en el mismo escenario que las últimas décadas: cerramos y simbólicamente resiste el segmento lujo o bien el centro de Palma. Existe un cierto paralelismo entre los cementerios y el turismo, pasamos del todo a nada y ello es fruto de la inercia sin que entendamos el verdadero motivo de nuestro sino o de decisiones que, a menudo, condicionan terceros ajenos a lo nostro. Esos que tal vez nos terminen marginando y nos hagan pasar página, cerrando un libro como se tapa la memoria de tantos que no conocemos cuando pasamos por sus tumbas. Ellos, como nosotros, seguramente intentaron cambiar algo de aquellos tiempos que les tocó vivir.