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El lanzamiento del colosal telescopio espacial ‘James Webb’ estaba previsto en 2007, hace quince años, y parece que si no hay más demoras este acontecimiento cósmico ocurrirá finalmente pasado mañana, 24 de diciembre, que es Nochebuena. La fecha más precisa para colocar en órbita, a millón y medio de kilómetros en el punto 2 de Lagrange, un ojo celestial que lo verá todo. Que verá hasta hace 13.700 millones de años (antes de JC), es decir, las primeras luces del universo poco después del Big Bang, y galaxias que ya no existen nacidas cuando aún no había Dios.

Este ojo monstruoso tiene seis metros y medio de diámetro, está formado por 18 hexágonos perfectos bañados de oro, y necesita permanecer a 233º bajo cero, para lo que desplegará un enorme parasol de kapton tamaño pista de tenis. Comprenderán que para verlo todo, incluido lo que no existe, y escrutar el pasado más remoto, tiene que ser un ojo muy frío. El objeto más frío del sistema solar, según los expertos, y que dotará de mucho contenido simbólico a esta Nochebuena, que buena falta le hace a estas alturas. Por fin una Nochebuena razonable. A la hora de la cena y los villancicos, el ‘James Webb’ ya habrá partido desde el puerto espacial de la Guayana, en el cohete Ariane 5 cargado con 800 toneladas de hidrógeno líquido, hacia el infinito. Sustituirá a nuestro querido y achacoso telescopio Hubble, que lleva más de treinta años orbitando, y cuyo ojo, que sólo mide dos metros y medio de diámetro, no da más de sí. Hizo lo que pudo, y como cualquier artefacto robótico o criatura humana, le ha llegado la hora del relevo por obsolescencia.

Todos somos polvo de estrellas, pero yo pertenezco a la época del Hubble, y tardaré en acostumbrarme a este frío ojo celestial. Que si nada falla, y pueden fallar centenares de cosas, se abrirá allá por febrero en el cosmos, y cuya pupila dorada buscará el origen de todo con mecánica indiferencia y gélido distanciamiento astrofísico. Cuentan que el artefacto ha costado casi treinta años de trabajo y 10.000 millones de euros. Poco me parece, la verdad, a cambio de la satisfacción de los cosmólogos que atisbarán el alba del universo. Y de la mejor Nochebuena en dos milenios.