Tanto hablar de la inmunidad de rebaño y nos vamos enterando ahora que sólo es efectiva en tanto que la vacuna procure la defensa contra el virus e impida que los vacunados puedan infectarse e infectar a terceros, cosa que no está sucediendo con la vacunación contra la COVID-19. Así y sin pretender encontrar deméritos a los efectos de las sucesivas vacunas, por ahora estamos más cerca del camino de la cronificación que el de la erradicación. No es de extrañar que, con información tan imprecisa y cambiante, el personal ande tan confundido como atemorizado.
Por el momento, la alegría sólo cunde en las empresas farmacéuticas. El concepto inmunidad de rebaño es aplicable también a la política, aunque en este terreno no se alcanza por la inoculación de un trozo de la cadena de ARN, sino por el divorcio entre conciencia y existencia, la desinformación y el cultivo intensivo de la ignorancia. Cómo explicar, si no, los votos a un partido como el PP, de tan probada solvencia corruptora y dirección errática; la resistible ascensión de Vox, una extrema derecha ultraliberal aupada en parte por sus propias víctimas; el discreto encanto de un PSOE, siempre dubitativo, como Hamlet, debatiéndose entre el quisiera y no puedo, entre la cal y la arena, encuestas electorales de por medio.
Desde los fastos constitucionales del 78, el verdadero milagro de este país no ha sido el asentamiento de la democracia, sino la transmutación del ciudadano en oveja y la consecución de la inmunidad del rebaño.
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