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Un ayuntamiento ha de andar muy escaso de gestión para exponer al ridículo a su Policía Local por falta de los medios necesarios para el desarrollo de sus funciones. Es lo que viene ocurriendo en Palma desde hace tiempo lo cual ha provocado situaciones irrisorias como la de agentes de la Unidad Intervención Inmediata acudiendo a pie a una urgencia por falta de vehículos o tener que alquilar una furgoneta para el Grupo de Acción Preventiva, o acudir en autobús a los lugares de la ronda policial.
A comienzos de este mes de enero había hasta cuarenta vehículos fuera de circulación con averías para las que no se encuentra taller que quiera hacer la reparación si antes no se paga por adelantado. Tal debe ser la celeridad municipal en satisfacer sus deudas en una cuestión tan sensible.

Los cuerpos policiales, también el de la Policía Local, tienen la responsabilidad del monopolio de la fuerza y cercenar su credibilidad por no disponer de los recursos precisos supone minar su fiabilidad ante los ciudadanos. El gobierno municipal de Palma va apañando el problema cuando ya es insostenible y entonces toca las fanfarrias para anunciar la incorporación de quince nuevos vehículos a la flota policial, además híbridos, como ha sucedido hace unos días. Hasta que sea necesaria alguna revisión.

Como en tantas otras actuaciones, los munícipes gobernantes sacan pecho cuando el deterioro de las situaciones es ya del todo inaguantable, un deterioro, en el caso de los medios de la Policía Local, del que son los únicos responsables. La querencia a llevar al límite la degradación del servicio para luego presentarse como los mejores artífices de la solución debe tener algún tipo de explicación psicológica que escapa al conocimiento de los no profesionales del ramo. Las galerías de la Plaça Major, el edificio de Gesa, la dejadez en la que se encuentra sumida la ciudad, que da alas al incivismo de abandonar coches en las vías públicas o dejar las basuras de cualquier manera (unas calles impolutas son el mejor antídoto para comportamientos opuestos a las normas más elementales de educación) pueden servir de ejemplo.

Pero en apenas año y medio ha de haber elecciones de nuevo y bien pronto asistiremos a una auténtica vorágine de obras y sus consiguientes inauguraciones, asfaltados, pintados de viales, operaciones de limpieza de urgencia y planes de los más variopinto, con el discurso ya manido del cambio histórico de la ciudad y demás pamemas del mismo tenor. Al final, es la evidencia del trabajo no realizado para apuntarse el desenlace. Sin embargo quien decide el resultado electoral es el público y no los estrategas de los partidos. Y parece evidente que el debe con la ciudad del alcalde José Hila, y sus socios de coalición, Més y Podemos, supera con creces el haber hasta el extremo de resultar, en muchos casos, indigerible.

En unas semanas, Hila revalidará su cargo de secretario general del PSOE de Palma, por falta de oponentes, lo cual trae consigo repetir candidatura a la alcaldía. Aunque se dé por hecho resulta muy difícil creer que Francina Armengol vaya a compartir cartel con tal candidato municipal y arriesgar así su futuro. Aunque también es cierto que en el proceloso mundo de la política todo es posible. Incluso que Hila sea de nuevo candidato.