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La semana pasada, la revista Lecturas publicó unas fotografías de Iñaki Urdangarin cogido de la mano de Ainhoa Armentia, mujer aún casada y más joven en edad que el demérito Urdangarin. La noticia ha corrido como la pólvora pero de todos era sabido que el delincuente que tenía por esposo la infanta Cristina era un picaflor con un amplio historial amoroso por no llamarlo licencioso, como su ya exsuegro el Borbón emérito. Siempre he sido de la opinión de que los personajes de sangre real deben casarse con gente de su mismo nivel y condición, pues eso de juntar plebeyos o plebeyas, con gente de la realeza, por lo general suele ser una mala unión. Y a las pruebas me remito, desde una lady Di con el príncipe Carlos, a una Sarah Ferguson con Andrés de Inglaterra, pasando por la pobre enamorada hasta las trancas de doña Cristina, o doña Elena con el draculiano Marichalar. Y es que el amor suele ser ciego.

Ya Iñaki dejó con dos palmos de narices a su primera novia, Carmen Camí, y cual trepa profesional, con eso de ser deportista y tener buena planta, engatuso a la hija del Rey. Y ella, que salvo algún que otro mequetrefe de la cosa esa de la nobleza, no había visto jamás sudar a un hombre al natural, se enamoró del deportista, oportunidad que, para Urdangarin, pintaron calva y bien que la aprovechó afianzando la unión con una prole de cuatro hijos. Luego vino el saqueo a manos llenas y la lealtad de una esposa que perdió sus títulos nobiliarios y fue apartada por su propio hermano de la Casa Real.

Y pasaron los años y tras ver Felipe VI que el cuñadísimo no tenía enmienda, hete aquí, y es mi opinión personal, maquinó la vuelta a casa de la hermana pródiga quedando esta como una santa mujer que se desvivió y lo perdió todo por culpa de un truhán que es como quedará Iñaki ante el pueblo español, y la Infanta regresará al hogar real de donde nunca debió haber salido. Ahora, para rematar la faena, limpiar la cara y devolver el prestigio a la Corona, solo falta traer al rey emérito de vuelta a casa. Y así se escribe la historia y punto final.