Iba a titular esta columna como ‘hablando de cosas que tienen importancia' o algo así, pero sé que entonces iba a pasar mucho más desapercibida. Y mira por dónde que eso es precisamente una magnífica metáfora de todo lo que ha pasado con este asunto, es decir, unas redes sociales altamente indignadas porque el que parecía ser el grupo favorito ha quedado relegado de puesto, y sin embargo se ha alzado con el premio una canción simplona y llena de malsonancias referidas a la condición femenina y a sus relaciones con el otro sexo, quedando en segundo lugar una especie de oda a la maternidad que contó en escena hasta con un pecho gigante.
Y como digo, la indignación ha sido general, aunque sin embargo, parece ser que nadie de todos esos indignados se ha parado a pensar que Eurovisión jamás ha sido algo en lo que el público participe directamente, porque la única vez que eso ha pasado lo que salió fue un esperpento de proporciones épicas… y lo que quieren los que montan Eurovisión (es decir, los que lo pagan, y sobre todo, los que lo cobran) es facturar lo más posible y dejarse de folklorismos ni de reivindicaciones modernas, que para eso están bien los segundos y terceros puestos, y lo primero es lo primero, y lo demás allá cada cual, que si les han pedido su opinión, es para que dé la impresión de que su opinión cuenta para algo. Maravillosa metáfora, como digo, de los tiempos que corren: ustedes hablen y opinen y reivindiquen e indígnense, que mientras tanto ya haremos nosotros lo que tengamos que hacer, gracias.
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