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En este país no tenemos ni un solo político digno de respeto. Escasa formación, personalidades torticeras y vengativas, la mentira y la manipulación por montera. Esos son los rasgos de los líderes. Ahora lo vemos de nuevo en el Partido Popular, tras el impagable teatrillo que montó Pedro Sánchez en el socialismo. Si no fuera tan patético el espectáculo sería divertido. Como para coger palomitas y asistir a la pelea de lucha libre en el barro.

Ocurre cuando el partido se queda en la oposición. Debe de hacer mucho frío allí, porque las espadas siempre están en alto, bien afiladas, y los cabecillas, preparados para saltar a por la yugular del oponente. Que no es el que gobierna, ojo, sino el que pretende quitarle el sitio a él cuando llegue el momento de situarse en la parrilla de salida.

Es necesario observar también al militante. Ese perro traidor que hoy te encumbra y te lame el culo como el más obediente perrito faldero y al día siguiente pide tu cabeza. Ya lo decía Francisco Umbral, «la democracia natural, en la España profunda, consiste en linchar al alcalde». Ahora el alcalde es Pablo Casado, pobrecito, que temo que termine su huera carrera política sin haber podido catar las mieles del poder.

En las orillas de esa lucha cainita y barriobajera estamos nosotros, que asistimos impávidos a la decadencia de un país que se desangra. Faltan oportunidades para los jóvenes, la poca industria que hay se va a pique, el analfabetismo campa a sus anchas, los precios se disparan mientras los salarios se congelan. Esto es España. Pasen y vean.