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Parece que ha aprendido a llover. Lluvia a mitad de semana y los fines de semana, al sol. Despliegue de gentes en ferias, fiestas y mercados. El mundo está en las calles por las procesiones, ya se ven descapotables y turistas en pantalón corto y camiseta; los aeropuertos recuperan el flujo perdido y las playas se animan para los visitantes que llegan del frío y la bruma. Aunque la lluvia sea un seguro de vida, perdemos mucho sin días de sol. Esto se anima y tiende a mejorar con vuelos directos y promoción selectiva en las Américas, pero no conviene olvidar que en muchos países más cercanos hay gente con pasta y dispuesta a gastarla si le ofrecen algo genuino y de calidad alejado de lo estándar. Buenas playas hay en el Mediterráneo y en todo el mundo.

Lo de la oferta complementaria excelente y diversa es un bien escaso en la mayoría de nuestros rivales turísticos. Esta Semana Santa o Verde parece punto de partida y pruebas para la inminente temporada y sucesivas porque se han marcado las líneas de futuro, que intentan cambiar la vieja obsesión del aumento continuo de visitantes por la selección basada en mayor precio y calidad, vieja teoría nunca asumida. El desarrollo ya no es lo que era. Hay especialistas que creen agotado el modelo de crecimiento y la tendencia es a mejorar lo que hay y no aumentar plazas para afrontar los retos medioambientales y conseguir el equilibrio entre los turistas y residentes que quieren vivir sin perder ni vender sus señas de identidad. Parece que los tiros van por ahí, por donde hace treinta años deberían haber ido.