Por ejemplo, el otro día, hubo un trabajador herido grave al precipitarse de una nave del polígono de Can Valero. En la autovía de Inca se suceden los choques frontales y una señora de unos cincuenta años resultó muerta. Un turista de dieciocho años dio una voltereta en el aire en la piscina del hotel cayendo de cabeza al suelo, rompiéndose las cervicales y como resultado: quedó parapléjico. Otro individuo se lanzó del séptimo piso a la calle y falleció al poco. Y el peor fue un turista holandés que quiso subir a lo más alto del peñasco de las Malgrats, en Santa Ponça, y precipitarse desde la altura de unos cincuenta metros al el mar. Se lanzó, mientras su mujer e hijo le estaban filmando, pero lo más espeluznante fue cuando el chico, de unos treinta años, fue a caer sobre unas rocas que apenas sobresalían del agua. Se oyó el grito de la compañera: ¡Oh, Dios mío!
Creo que las autoridades locales deberían de poner avisos en todas partes sobre los múltiples peligros que nos envuelven. Podrían colocar grandes carteles anunciando los cuidados que deben tener los huéspedes del hotel, así como en restaurantes, bares... y prohibición de subirse a peñascos y acantilados. También podrían escribir textos sobre cuándo y cómo tirarse al agua, observar el fondo marino y no alejarse de la costa, ni separarse se los compañeros. Igualmente podrían aprender, cuando menos, a sostenerse de espaldas en el agua.
Las señalizaciones en carretera tampoco son muy seguras, pues se sitúan demasiado cerca del desvío o carretera por donde deben encauzarse, sin posibilidad de girar, habiendo de seguir hasta la próxima rotonda. Otras muchas carreteras secundarias no tienen señales indicativas; si acaso son pequeñas y a ras de suelo, que no se leen o todas juntas en un palo anunciando diferentes direcciones. En las ciudades, ya ni hablemos; la única solución es preguntar a los paisanos, si acaso le entienden. ¡Somos los mejores!
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