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Se acaban de cumplir cuarenta años de aquel «OTAN no, bases fuera» que fue, con la perspectiva que da el paso del tiempo, la campaña más ingenua que hemos vivido en décadas. No había alternativa, ahora está claro, y aquella ‘emboscada' se llevó a cabo tal y como estaba previsto. España ha sido siempre un país con poca voluntad propia, que se ha dejado arrastrar por los más poderosos.

Y ahora, viendo lo que ocurre, comprobamos con pena que a Europa le pasa lo mismo. Rusia ataca militarmente a Ucrania y nosotros decidimos invertir en armas, arropados por una UE que se plantea exactamente lo mismo: el rearme después de años de pacifismo. Muchos verán en esto un movimiento lógico; si atacan a tu vecino, toca defenderse o al menos preparar una defensa. Lo que ocurre es que España jamás podrá estar militarmente a la altura de un enemigo tan formidable como Rusia.

Y, seguramente, de ningún otro. Por eso elegir la vía militar es una respuesta económica –España es productora de armas–, además de un gesto de buena voluntad hacia la OTAN y hacia su dueño y señor, Estados Unidos. Una posición que, quizá, no habría elegido la mayoría de los españoles, pero esa es otra historia. Porque optar por la afrenta, por la agresión, exige un aparato militar fabuloso, no solo en armamento –que ya de por sí es carísimo a extremos difíciles de concebir–, sino también en personal, numeroso y especializado. ¿Está España preparada para protagonizar cualquier acción castrense cuando llevamos veinte años sin servicio militar obligatorio y las generaciones jóvenes ni siquiera saben qué era eso? Ante una situación como la que ha provocado Rusia, ¿no sería mejor invertir en diplomacia?