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A veces, uno escribe lo que sueña. No siempre, claro está, con las majaderías que puede llegar a inspirarnos Morfeo. Pero mi sueño de horas pasadas, por qué no contarlo, fue un sueño de los que se tienen mientras anda uno despierto. Atravesaba la plaza de España. Contemplaba el monumento a Jaume I y pensé, también como siempre, que su volumen en relación al espacio de la plaza es un tanto reducido. Entonces me vino el sueño, o quizás mejor dicho la ensoñación. Dar un salto, bajar al rey y a su caballo de su soporte de piedras, y llevármelos por la calle Sant Miquel hasta Cort. Una vez allá, trasplantar la Olivera –lo siento por Ramón Aguiló que la plantó– para llevármela a la rotonda de la carretera de Valldemossa a la altura de los multicines, donde hay un mamarracho; colocar a Jaume I en mitad de la rotonda, y finalmente tomar a Nuredduna de Can Pere Antoni, para trasladarla, entre mis brazos, hasta el pilar vacío que había dejado Jaume I. Ella, una vez asentada, dominaría hasta el último rincón, alta, atractiva y hermosa.

Mientras tanto, Jaume I en Cort adquirirá un volumen del que estaba privado en su anterior ubicación. Lo situaremos frente a la fachada del Ayuntamiento. El monarca lo creó en 1249 al establecer la Juraría de la Ciudad y Reino. Desde el caballo, sin necesidad alguna de bajarse de él, el monarca fijaría su mirada en los magistrados de la sala; sobre todo en nuestro José Hila de turno, y estaría más atento que nadie a sus desvaríos. Quizás algún día se bajaría del caballo para repartir tortas, y repetiría su conocida frase: ¡Vergonya cavallers, vergonya!

También, llegada la Festa de sa Conquesta, el 31 de diciembre, podría vigilar el cortejo con su pendón a hombros del consistorio, camino de la catedral. Los ediles aprovecharían para ponerse firmes ante él y cantar La Balanguera, incluidos los republicanos de Més. Yo no sería espectador del cortejo. Hace muchos años que no contemplo al Conqueridor. Lo mío estaría en la plaza de España. ¡Menuda mujer presidiéndola! Nurendunna es mucho más que una bellísima escultura de Remigia Caubet, pensada por Gafim y Gabriel Alzamora para presidir el Parc de la Mar. Es la representación de una profetiza –soñada por Miquel Costa– amada por Melasigenio o sea Homero, y del cual, tras su marcha, recibiría la lira, símbolo de la sabiduría griega, –la deixa del geni grec– para conservarla y transmitirla a todas la mujeres de Mallorca, las que, siglo tras siglo, serán las sabias del lugar, bien romanas, bizantinas, musulmanas, o de Manresa. Quien esto ignore va servido. Bueno, sabias y señoras siempre. El hombre lo sabe, las deja gobernar, y por esto es casi tan sabio como ellas, consciente de que no hay que poner puertas al campo. Es peor.

A propósito del tema, soñemos lo que soñemos, convendrá decirle a Cati Cladera, flamante presidenta del Consell, que menos prodigarse en el feminismo de última hora. La mujer mallorquina, ya sea en las artes o las letras, en la religiosidad o la brujería, en la casa o fuera de ella, siempre nos ha señoreado con su sabiduría. Gaste presidenta nuestro dinero en otras cosas. No haga reír ni menos suspirar a nuestra ciudad.