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La intrahistoria de la destitución del edil de Podemos Rodrigo Romero por parte del alcalde socialista, José Hila, pone en evidencia algo que probablemente sea una de las causas de la menguante deriva de la formación morada en todas las últimas elecciones autonómicas del nuevo ciclo electoral. Podemos llegó a la política para ser la voz de los ‘indignados o, al menos, eso creyeron algunos de los que impulsaron el proyecto desde las bases y quienes les votaron. Muy pronto –no tuvo que pasar ni una legislatura–, la realidad les hizo ver su error y uno a uno fueron descabalgándose de la formación. Quedaron, probablemente, aquellos que sabían a lo que habían ido a jugar: no a cambiar la vieja política sino a beneficiarse de ella.

Decir que se defiende a los pobres mientras se vive como un rico, salvo honrosas excepciones, ha sido la seña de identidad de la izquierda a quien –en palabras de Pablo Iglesias– no le ha importado «cabalgar contradicciones» siempre que le reportase algún beneficio y sobre todo el más importante de ellos: el poder y con él, el dinero. El feminismo, el ecologismo, el nacionalismo y la defensa de una sociedad formada no por individuos sino por colectivos no han sido sino herramientas, meros instrumentos con las que alcanzar y sustentar ese poder. Cuando se ha obtenido, una trayectoria plagada de incoherencias y de hipocresía, se han encargado de alejar, en primer lugar a los suyos y después, a los votantes.

Sin embargo, episodios como el de la destitución de Rodrigo Romero, como antes otros, tanto a nivel nacional como local, han tenido una virtud: la de mostrar, de manera descarnada, cuál es el funcionamiento interno de los partidos políticos. De hecho, probablemente la única diferencia entre Podemos y el resto –quizás por su rápido crecimiento– ha sido mostrar sus vergüenzas en público antes que cualquiera y sin ningún tipo de pudor. Así, lo que siempre fue normal en los partidos tradicionales, Podemos se ha encargado de convertirlo en noticia. Y no porque determinadas prácticas de falta de democracia interna le pareciesen mal, sino porque nunca tuvieron la intención real de cambiarlas.

Se filtra un audio en el que el ya exconcejal podemita Rodrigo Romero critica abiertamente a los dirigentes de su formación en el Ayuntamiento de Palma. En esa crítica, las descalificaciones al cabeza de su partido en Palma –Alberto Jarabo– se refieren a su gestión (o más bien a su falta de gestión). La consecuencia inmediata es que Jarabo pida al alcalde Hila que lo destituya por el tan manido motivo de «falta de confianza». Hila, sin entrar a valorar si la labor de Romero como concejal de su equipo de gobierno, ha sido buena o mala, lo destituye. Fin de la historia.

No fingiré que me preocupa el futuro de Podemos pero sí que se acepten como normales este tipo de prácticas. La crítica al jefe como causa de despido siempre ha existido, pero si hablamos de representantes políticos salidos de las urnas, una pediría un poco más de decoro y de respeto a los ciudadanos. Si se destituye al concejal Romero porque su labor al frente del área de Promoción Económica y Empleo (un área no menor) no es la adecuada, eso es ser responsable. Si se hace porque en una conversación privada ha puesto de manifiesto la notoria inutilidad de su jefe, la cosa cambia.
A los ciudadanos no nos importan las cuitas internas de los partidos. Pero aspiramos a que sean organizaciones democráticas para que las decisiones que se tomen, sean en nuestro beneficio y no en el del jefecillo de turno. En todos los partidos.