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En Gales andan a cuarenta grados, con un despiste tremendo por la falta de costumbre. Media Francia anda en las mismas. Dentro de lo dramático del asunto eso convierte en algo mejor que en Balears se afronte uno de los episodios más largos de altas temperaturas jamás visto. Debemos asumir que el asunto del cambio climático no tiene remedio. La catástrofe está en marcha, es culpa nuestra y no hay en el horizonte ninguna señal de cierto acuerdo global para actuar. Asumamos pues que hará más calor década a década. Entre daños ambientales y económicos el asunto pinta grave. Ahora habría una consecuencia añadida que los 40 grados de Gales conjuran. ¿Quién sería el chalado que aceptaría ir de vacaciones a un sitio que esté a 37 grados y con noches a 25?

Alguien que esté en un lugar con el mismo calor pero sin aire acondicionado a mano o con menos costumbre para manejar la situación. La prensa británica está alterada dando los habituales consejos de ponerse a la sombra y beber a menudo que no tienen tan interiorizados. Al turisteo se le ve suelto paseándose por el centro de la ciudad a plena canícula, al menos por ahora. Faltaría saber a partir de qué nivel de calentamiento les comenzará a resultar molesto darse un baño en una sopa de mar o a qué temperatura les dejará de compensar coger un avión para visitar según qué sitio.

En función de esos cálculos conviene calcular cuándo entrar realmente en pánico absoluto y buscar un sitio cerca del Báltico donde resguardarse unas cuantas décadas. Mientras, en Córdoba baten el récord de días por encima de los 42 grados y se queman bosques por doquier. La alarma durará como mucho hasta el invierno, que llegará.