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En la Rioja, al norte de España, en un valle que compite en colorido con la Toscana, se encuentra la cuna de la lengua española y, también, según cierta tradición, de la vasca. He tenido ocasión de visitar el lugar en numerosas ocasiones. San Millán de la Cogolla, en particular; donde se encuentran los monasterios de Yuso, o de abajo, considerado el Escorial de la Rioja y de Suso; del latín sursum, arriba; entre cuyos muros se gestó el primer texto en lenguas castellana y vasca: las Glosas Emilianenses. Unas cien redactadas en romance riojano y dos en vascuence. Constituyendo estas, supuestamente, el primer testimonio escrito conocido de euskera. En aquel ambiente monástico, escribió sus versos el primer poeta de la literatura hispana, Gonzalo de Berceo:
«Quiero fer una prosa en roman paladino,/ en qual suele el pueblo fablar a su vecino;/ca non so tal letrado por fer otro latino,/bien valdrá, commo creo, un vaso de bon vino».

Se ha tenido como cierto que el vascuence o euskera era la lengua de un pueblo cuyo origen se pierde en la oscuridad de los tiempos; y que no lo era que sus orígenes estuvieran en la coetaneidad de las glosas emilianenses. Un pueblo del que se ha dicho, con insistencia fanática, que nunca fue romanizado; pese que en 1992 unas excavaciones en el puerto de Irún pusieron en evidencia un fondeadero romano del siglo I. Y aunque muchos de los lingüistas e historiadores europeos y españoles como José R. Pellón y José Luis Comenge a los que se refieren Sánchez Galera y Fernández Barbadillo, en su manual donde he consultado esos datos, han demostrado que el vascuence, aunque deformado por el tiempo, es el íbero, el idioma español más antiguo.

Pues, el idioma de los vascos hace dos mil años era el mismo que se hablaba en el resto de la península. La lengua de esos antiguos pobladores llegó a ser escrita con alfabeto propio. No es el euskera, pues, un idioma de origen desconocido y en absoluto la lengua vernácula del pueblo vasco, sino una reliquia de la forma de comunicarse todos los habitantes de la península Ibérica antes de la llegada de los romanos. Si no se ha profundizado en esta tesis ha sido por la poca ocupación tenida por los historiadores con la cultura ibérica, y sobre todo, porque los escasos hallazgos lingüísticos, aunque datados ya desde hace un siglo, 1922, no interesan al nacionalismo vasco, que los oculta porque tiene formulado otro relato políticamente correcto al respecto. Los nacionalismos funcionan así.