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Sí, turismo a tope otra vez. Me asomé hace unos días a una playa inmensa, repleta de gente, a rebosar. La impresión que tuve fue como un volver a la década de los sesenta con aquel boom turístico que parecía retornar con la misma algarabía de hace tantos años.

Las mismas inquietudes de entonces volvieron a renacer en mí, rebelándome contra la pasividad con que hoy contemplamos el mundo del turismo, sin sospechar siquiera que, en este abigarrado movimiento humano, inclinado casi exclusivamente hacia la ganancia mercantil, se puedan percibir otros perfiles que nos hablan de lo que hay en el corazón de cada turista.

El ser humano no puede renunciar a un ‘por qué' ni a un ‘para qué', sobre todo cuando dispone de unos momentos de reposo, capaces de abrirle a la reflexión y a la fe. Esto es lo que ha dicho repetidas veces la Iglesia: «El turismo puede llenar lagunas de humanismo y de espiritualidad por ser medio de encuentro con uno mismo, con los otros y con Dios» (San Juan Pablo II). «Las vacaciones son días en que se puede dedicar más tiempo a la reflexión sobre los significados profundos de la vida» (Benedicto XVI) …