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Cinco años después del atentado en Las Ramblas de Barcelona, los independentistas intentaron boicotear el minuto de silencio en memoria de las víctimas. No es de extrañar, dado que al día siguiente, con los muertos sin enterrar, idearon una estrategia para capitalizar lo ocurrido. No dudaron en dejar caer que los servicios secretos del Estado podían estar detrás y que la independencia, que proclamaron un mes después, también era la solución frente al terrorismo islamista.

Este miércoles fue la destituida Laura Borràs la que saludó a los manifestantes que pedían «conocer la verdad», como si el juicio, los muertos de Cambrils y la eficaz investigación de los Mossos, no hubieran dejado meridianamente claro quiénes fueron los autores de la masacre. La utilización política del asesinato de quince personas es la acción más deleznable que puede hacer un cargo público. Lamentablemente, los dos peores atentados yihadistas –el del 11-M en Madrid y los de Cataluña–, han sido instrumentalizamos con teorías conspiranoicas para beneficio de las siglas en el poder.

En el caso de Madrid, el PP, y en Barcelona, Carles Puigdemont. Pero en esos días fatídicos en Cataluña, hubo héroes que salvaron vidas, que ayudaron a los heridos, que cubrieron con su ropa los cuerpos de los atropellados por la furgoneta asesina. Y entre ellos un mosso que disparó contra tres de los terroristas que, esta vez con un Audi negro, pretendían atropellar a los que paseaban por el paseo marítimo de Cambrils. Evitó otra masacre. Pero, desde entonces, se ha convertido en un ser clandestino y según relató en el juicio conteniendo lágrimas, su vida y la de su familia se torció para siempre. Son héroes los que, en medio del tumulto, trasladaron a los ciento treinta y un heridos a los hospitales sin saber si otro comando terrorista no se cruzaría en su camino. Y hay que recordar el coraje el del Rey, Felipe VI, que, en medio de los abucheos, presidió, sin dejar notar la tensión, la manifestación de repulsa.